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pital o fraternidad" 2 º. Y también más tarde, "para observar perfectamente el Testamento, iban a los hospitales a servir a los leprosos". Su llegada al hospital de los Incurables de Roma transformó aquel establecimiento, ha– ciendo aumentar las limosnas y mejorando de tal manera la asistencia que llegó a convertir– se en un modelo de hospital; muchos herma– nos se ofrecían voluntariamente para el servi– cio de los enfermos 21 . Entre todos los hermanos de aquella pri– mera generación se distinguió el doctísimo Francisco Titelmans, que habitaba en el hos– pital y se ejercitaba en los más humildes ser– vicios con gran fervor y solicitud. Y a quienes se lamentaban de que hubiera abandonado los libros, respondía: "Practico el oficio que me enseñó el seráfico Padre san Francisco. Y sabed que mis Agustín, Jerónimo y Crisóstomo los he cambiado por estos; ellos son mi biblio– teca: servir a estos pobrecitos, tan recomenda– dos a nosotros por el Señor Dios 22 . Y nuevamente encontramos la nota del heroísmo institucionalizado, tan digno de ad– miración como en los casos precedentes, por cuanto supone en los hermanos una disponi– bilidad habitual para la inmo lación, estimula– dos por la caridad. El cap. sexto sobre la pobreza, de las Cons– tituciones de 1536, justamente como exigencia de fraternidad con los pobres que comporta el compromiso voluntario de una vida en pobre– za, contiene dos prescripciones difíciles de ex– presar en un texto legislativo: "Se ordena que en tiempo de carestía, para subvenir a las necesidades de los pobres, los hermanos designados por los superiores para este fin , hagan la cuestación, a ejemplo de nuestro piadosísimo Padre, quien tenía gran compasión por los pobres... " (n. 85). "Por– que para aquellos que no tienen amor en la tierra es dulce, justa y debida cosa morir por quien murió por nosotros en la cruz, se or– dena que en tiempos de peste los hermanos sirvan, según dispongan los vicarios; los cua– les, en semejantes casos, se esforzarán por te– ner abiertos los ojos de una discreta caridad" (n. 89). Naturalmente, como en los otros números que apuntaban al heroísmo, las Constituciones de 1552, suprimieron estas dos prescripciones de pedir limosna para los necesitados en tiem– po de carestía y de asistir a los apestados en tiempo de epidemias, tan frecuentes en aque– lla época. Pero el contenido permanece como una invitación constante a la caridad de los hermanos; los capuchinos continuarán pro- 146 <ligándose e inmolándose en los siglos siguien– tes en todas las epidemias, ofrendando en gran número su vida; el P. Cristóforo, inmortaliza– do por Manzoni, no es sino un símbolo de una actitud asumida en los comienzos y mantenida con fidelidad en tantas regiones de Italia, Es– paña, Francia y otras naciones 23 . Estas eran ocasiones excepcionales; pero también fue una norma compartir con los po– bres la parquedad de los propios recursos. Las Constituciones recuerdan diversas veces este deber, por ejemplo cuando hacen una excep– ción a la prohibición, muy minorítica, de no aceptar funerales, en favor de los pobres, pre– cisando que, si "por pobreza no tuviera quien lo sepultara, en tal caso se le abran las entra– ñas de la caridad" (n. 67; cf. CAlb n. 50); o cuando disponen que, si se recibe alimentos superfluos de los bienhechores, con su consen– timiento, sean distribuidos entre los pobres (n. 54); y esto vale en general para todo lo que se refiere al precepto de no hacer provisiones (n. 67), para las cosas de uso de los herma– nos, que no les sirven, con licencia de los dueños (n. 70), como para todos los frutos de las viñas y frutales de los terrenos cedidos por el propietario a los hermanos (n. 80). Los cronistas aducen numerosos ejemplos de hermanos que se distinguieron en la cari– dad hacia los necesitados, como fray Ludovico de Stroncone, que ejerció los más viles oficios en el hospital de los Incurables de Roma, fray Vicente de Foiano, que tenía una compasión visceral hacia los más pobres y enseñaba que un hermano que, viviendo de la caridad de los bienhechores, se cierra a la necesidad de los otros, es insoportable para Dios, fray Ber– nardo de Offida, y tantos otros 24 . Pobreza y pobres en la renovación actual. La lección de los primeros capuchinos El tema de la pobreza vuelve siempre en todas las reformas históricas de la Orden mi– norítica, y también hoy ocupa prácticamente el centro de nuestra inquietud en la hora de la renovación. Pero hoy ya no es la Familia franciscana la única en invocar el evangelio de la pobreza: es la Iglesia entera la que, en la re– flexión sobre sí misma que realiza en el Vati– cano II se ha sentido interpelada por los hom– bres, impulsada por el Espíritu a seguir el ca– mino de la salvación de Cristo pobre y humil– de, que ha proclamado como signo de la pre– sencia del Reino la evangelización de los po– bres, y se ha definido como "la Iglesia de to– dos, pero de manera particular la Iglesia de los pobres".

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