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¿cuánto más la espiritual, que consiste en un perfecto desapego de todas las cosas terrenas? Aunque el hombre practique la abstinencia más rigurosa, se entregue a la oración, viva la vida religiosa más estricta o vaya al desierto, si conserva una dracma de amor propio o de afección a las cosas terrenas, nunca tendrá verdadero espíritu. Esta es, pues, la verdadera pobreza espiritual, no apegarse a cosa alguna, sino a Dios. Y a esto llamaba nuestro seráfi– co Padre alta sabiduría"1 2 _ El binomio "pobreza y humildad", que encontramos en los escritos de san Francisco, se condensa en la minoridad, que quiere de– cir actitud evangélica de rehuir los primeros puestos, de no situarse por encima de los otros, de no imponerse a ninguno, sino estar al ser– vicio de todos, siempre disponibles para hacer el bien sin pretender recompensas, ni grati– tud, ni honor, ni gloria. Ya es sabido cuán cen– tral es este punto en las enseñanzas de san Francisco, inspiradas en el Evangelio. Y los primeros capuchinos lo asimilaron perfectamente. También aquí el sincero retor– no a san Francisco los llevó a una decisión heroica, coherente con el ejemplo del Funda– dor y con la voluntad enfáticamente expresa– da en el Testamento: la sujeción a los obis– pos, renunciando a la exención. La base evangélica y franciscana de seme– jante decisión la encontramos en el capítulo primero de las Constituciones de 1536: "Y porque nuestro Padre, penetrado del divino amor, en toda creatura contemplaba a Dios, máxime en el hombre y sobre todo en el cris– tiano, pero de manera particular en el sacer– dote , y especialísimamente en el sumo Pon– tífice... ; por eso quiso , según la apostólica doc– trina, que sus hermanos, por amor de quien se anonadó por nosotros, estuvieran sujetos a Dios en toda creatura, y por eso los llamó hermanos menores, de manera que, no solo de corazón, se considerasen inferiores a to– dos, y como invitados en la Iglesia militante a las nupcias del santísimo esposo Jesucristo, buscaran estar en el último lugar, de acuer– do con su consejo y ejemplo" (n . 7) . A continuación viene la renuncia a la exención: "Considerando que la libertad, que se alcanza por los privilegios y la exención de no estar sometidos a los Ordinarios, no sólo está próxima a la soberbia, sino que es enemiga de la humilde y minorítica depen– dencia, y muchas veces engendra escándalo en la Iglesia de Dios, perturbando la paz, por eso, para conformarnos con Cristo humilde y crucificado, el cual vino a servirnos, hecho obediente hasta la dura muerte en cruz... , pa- 144 ra evitar el escándalo, el capítulo general re– nuncia al privilegio de estar libres y exentos de los Ordinarios; y aceptamos como único privilegio, con el seráfico Padre, el de estar sometidos a todos" (n. 8). Luego viene otra exhortación a la sumisión al Papa, a los Pre– lados, a los sacerdotes y "a toda humana cria– tura que nos muestre el camino de Dios" (n. 9). Es natural que la decisión del capítulo ge– neral de los capuchinos provocara la reacción de las demás Ordenes mendicantes. ¿cómo se podía renunciar a conquistas que habían cos– tado tantas luchas, a derechos que resguarda– ban, no sólo la vida interna de los religiosos, sino, sobre todo, su actividad apostólica entre el pueblo de Dios? Además, la exención, his– tóricamente considerada, no era tanto un pri– vilegio alcanzado por los religiosos como una manera de ejercer el sumo Pontífice sus pre– rrogativas como pastor universal, como se ad– vierte en la primera concesión de Gregario IX a los menores y a los predicadores. Estas con– sideraciones, y -según creo- la falta de dis– ponibilidad por parte de muchos hermanos para aceptar estar a merced de los Prelados diocesanos fueron la causa de que en las Cons– tituciones de 1552 fuera suprimido todo el nú– mero que se refiere a la renuncia de la exen– ción, conservando, sin embargo, la bellísima motivación que le precede. Una nueva consta– tación de que los tiempos heroicos habían quedado atrás. Pobreza-austeridad La joven reforma, como los demás movi– mientos del tiempo , franciscanos o no -casi tácitamente puestos de acuerdo en la denomi– nación de descalzos-, hizo de la austeridad su santo y seña. Era como la respuesta a uno de los aspectos más destacados del antievange– lio, el "mundo", en la sociedad renacentista europea. El hombre del siglo XVI, aristócrata o burgués, amaba la comodidad, el lujo en el vestir, y especialmente en el calzado; la vani– dad de las clases pudientes se manifestaba en la ostentación de los grandes palacios con so– lemnes portadas, espaciosas ventanas, amplios salones lujosamente ornamentados, flamantes carrozas, villas señoriales, banquetes con man– jares variados y refinados. De ahí que la pobreza, para los capuchi– nos, no consistió solo en la opción por un mo– do de vivir pobre, sino la respuesta profética a todo ese "mundo". Que en todo, establecían las Constituciones de Albacina, "resplandezca la sobriedad, la pobreza y la austeridad" (n. 15) . Y las fuentes hablan de la santa rustici-

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