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reforma sobre el ideal de pobreza como en las Constituciones de 1536, obra, como es sabido, de Bernardino de Asti en su redacción funda– mental, especialmente en las motivaciones. La "altísima" y "celestial pobreza" (nn. 38, 69, 81) es calificada como "madre santísima, di– lectísima" (nn. 23 , 27, 84), "reina y madre de todas las virtudes", "esposa de Cristo y del Seráfico Padre" (n. 27), "firmísimo fundamen– to de toda regular observancia" (n. 126). De hecho, los primeros capuchinos "tomaron co– mo principal fundamento y deliberación la perfecta observancia de la Regla y del Testa– mento de nuestro seráfico Padre, y especial– mente en lo que se refiere a la santa pobre– za"3. "Fundamento de nuestra Regla", la consi– deraba Francisco de Jesi, otro gran guía de la reforma capuchina 4 . Pero la pobreza, aunque tan fundamental , no constituye la meta de una vida, sigue sien– do medio de perfección, que consiste en la ca– ridad. Ante todo, la razón última de una vida en pobreza para san Francisco y para los pri– meros capuchinos es la elección hecha por el Hijo de Dios, que se hizo pobre por nosotros en este mundo" (Regla VI) , es una exigencia de imitar a Cristo y cooperar en su obra sal– vadora. El capítulo VI de las Constituciones de 1536 se abre con una fervorosa mirada a la vida de Cristo, marcada por la pobreza del nacimiento a la muerte (n. 69) . Y éste es un aspecto muy particular de la espiritualidad capuchina: relación entre po– breza y oración. Ya san Buenaventura había puesto de relieve la importancia de la prác– tica de la pobreza voluntaria como disposi– ción para avanzar en la ascensión a Dios con la oración 5 . Francisco Titelmans, aquel gran escriturista que se pasó a los capuchinos, lla– maba a la pobreza "fundamento de la Orden y de toda virtud", y la consideraba como la gran liberadora para la contemplación, "que decía ser el fin de la vida religiosa" 6 . No so– lo la pobreza, sino la misma Regla, tienen co– mo objetivo, enseñaba Juan de Fano, eximio maestro de oración, purificar la mente y el corazón de toda afección y de todo impedi– mento terreno, preparando el espíritu para la oración 7. En su concepción armónica, sin extre– mismos, Bernardino de Asti enseñaba que tres virtudes constituyen el fundamento de la vida de un verdadero capuchino: caridad, po– breza y oración. "La más digna y principal es la caridad y el amor... Pero la caridad no per– manece sin la oración y la pobreza... ". Estas tres virtudes -añade- son signos la una de la otra: no hay verdadera pobreza donde fal- tan la caridad y la oración ; no hay verdadera oración donde faltan la caridad y la pobreza; no hay verdadera caridad donde faltan la ora– ción y la pobreza 8 • "Como peregrinos y extranjeros" Como verdaderos franciscanos, los capu– chinos daban más importancia a la pobreza del grupo que a la individual ; la fraternidad en cuanto tal es la que se esfuerza por vivir la pobreza total , en inseguridad, renunciando a medios estables de vida. No se trata de la po– breza monástica, que se inspira en la primera comunidad de Jerusalén, es decir, la vida co– mún fruto de la renuncia de cada uno , sino la pobreza apostólica, la de Cristo y los após– toles9. Todo el capítulo sexto de las Constitu– ciones de 1536 se asienta en esta base. Entonces, se impone un profundo sentido del peregrinaje, estar de paso en el mundo, en permanente estado de misión. "Cada herma– no piense que la evangélica pobreza consiste en no apegarse a las cosas terrenas, usarlas pobrísimamente, como por obligación, cons– treñidos por la necesidad y para la gloria de Dios, a quien debemos reconocer como el to– do (pensamiento muy conforme con la doc– trina de san Francisco) ... Recuerden los her– manos que somos huéspedes y comemos los pecados de los hombres" (n. 67). Se acepta la tradicional interpretación ju– rídica del "nada se apropien" de la Regla (c. VI) , en conformidad con la declaración ponti – ficia, pero teniendo presente el sentido que le dio san Francisco: "Nuestro seráfico Padre ordenó en la Regla a sus hermanos que no tu– vieran cosa propia, de manera que libres, co– mo peregrinos en la tierra y ciudadanos del cielo, con fervor de espíritu puedan correr por los caminos de Dios. Por eso, nosotros, que– riendo, con tan noble ejemplo, imitar con ver– dad a Cristo, y observar realmente el seráfico precepto de la celestial pobreza, para demos– trar de hecho que no tenemos jurisdicción al – guna, dominio, propiedad, posesión jurídica, usufructo, más aún ni uso jurídico de cosa al – guna, aun de aquellas que por necesidad de– bemos usar, se ha determinado... (n. 69). No tener dominio de cosa alguna, ni en privado ni en común, será considerado por los capuchinos, como, por lo demás , por to– dos los franciscanos, como el ápice de la per– fección de la pobreza. Hoy leemos el texto de la Regla en el sentido histórico querido por san Francisco, y sabemos que lo que contaba para él en la fraternidad de los pobres no era 141
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