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viendas prestadas en ambientes rurales o sub– urbanos, o en las ermitas de las montañas. Es la nostalgia de la vida retirada, de la soledad, la dimensión contemplativa de la Or– den siempre postergada o reducida a su míni– ma expresión; la necesidad, presente en todas las tradiciones religiosas antiguas y modernas de tomar distancia del mundo o de una insti– tución demasiado estructurada que conspira contra la libertad personal, la apetencia de una mayor interioridad y una búsqueda de Dios no mediatizada por la costumbre y la ru– tina, los usos y costumbres propios de la ins– titución. Superado el espontaneísmo de los oríge– nes, la Reforma Capuchina debería institucio– nalizar también su proyecto de vida para sub– sistir, pero lo hizo a través de una legislación que asignaba al retiro y la soledad, la oración y contemplación, un lugar privilegiado, hasta el punto de que esa dimensión se configura– ba como forma de vida del grupo. También para Francisco y sus compañeros la oración fue más una forma de vida que una actividad programada: todas las cosas temporales de– ben servir al espíritu de oración (2R 5,3). Las Constituciones de 1536, que institu– cionalizan la Reforma, están fuertemente mar– cadas por el propósito de asegurar la vida re– tirada, el alejamiento del mundo , la actividad contemplativa, la austeridad de vida y la po– breza de medios. Las mismas casas deben ser alquiladas a conveniente distancia de los cen– tros de población. Y todavía se prevé que en ellas pueda haber algunas cabañas en las que los hermanos que lo deseen puedan llevar una vida todavía más retirada. Pero todas estas precauciones no estaban encaminadas a alejar a los hermanos de los hombres, sino a asegurar su presencia cuali– tativa en el mundo desde su modo de ser o su forma de vida pobre y simple, directa y li– bre de compromisos pastorales o actividades apostólicas programadas. Este talante pobre, simple y austero que caracterizó a las primeras generaciones de Ca– puchinos, y los definió hasta tiempos no tan remotos, al parecer, es lo que aseguró su gran popularidad y su rápida difusión , y lo que los aproximó a las clases populares, y los obligó a una actividad social, caritativa y asistencial tan absorbente que, en un momento dado, cre– yeron necesario un repliegue, como lo atesti– guan algunos cronistas de la época, con el fin de salvaguardar la vida de recogimiento y ora– ción. Igualmente, se convirtieron en los más eficaces promotores de una religiosidad po– pular renovada, en el clima de reforma que precedió y siguió al Concilio de Trento, con iniciativas originales en el campo de la pro– moción religiosa y social, fundando numero– sas confraternidades y asociaciones de laicos, al mismo tiempo que colaboraban activamen– te en las obras de otros institutos religiosos de la época. Esta proyección del Capuchino como "il frate del popolo" (ver en este número de CUA– DERNOS el artículo de Lázaro Iriarte) mar– có su acción apostólica a lo largo de siglos, y es, sin duda, una de las expresiones peculia– res de su espíritu y su carisma, que no puede menos de ser tenido en cuenta en los actuales esfuerzos de renovación. c) Un estilo nuevo de predicación Mirando el pasado de la Fraternidad Ca– puchina a vista de pájaro, como lo estamos haciendo aquí, por lo demás, con las limita– ciones que esta visión implica, podemos dis– tinguir en ella dos etapas bien definidas: la de su proyección como una reforma franciscana claramente carismática, y la de su reconfigu– ración en tiempos modernos como un instru– mento de vida activa y su total asimilación a los otros integrantes de la Familia francisca– na, que también experimentaron esa involu– ción, debilitando significativamente su talante carismático y profético. La actividad apostólica, o la misión, es esencial al carisma franciscano, evidentemen– te. Francisco tuvo una intuición inmediata de este aspecto de su propia vocación, tan volcada por temperamento a la vida retirada, luego de escuchar la lectura de Mt 10,21: "Es– to es lo que yo quiero". Pero, en realidad, como observa J. Garri – do, iba en la línea de la forma de vida o de la vida pobre, que el texto citado marca princi– palmente, y no prioritariamente en la de pre– dicación en boga en su tiempo. Los herma– nos menores son enviados al mundo en cuan– to tales; su misión y apostolado se define pri– mordialmente por la forma de vida pobre o evangélica (Cf. J. Garrido, "La forma de vida franciscana", pp. 188ss.) . La legislación capuchina del siglo XVI no prevé de una manera demasiado explícita ac– tividades específicas para los integrantes de la Orden ; el acento está puesto sobre todo en lo que se considera indispensable para obser– var pura y espiritualmente la Regla y el Testa- 133

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