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ligiosas y la casi desaparición de algunas de ellas del escenario europeo, a favor de los vien– tos racionalistas, liberales y revolucionarios de los siglos XVIII y XIX. La posterior "res– tauración" fue la gran ocasión perdida para una nueva reforma, un "comenzar de nuevo". "Los sobrevivientes de la tormenta centena– ria, al tratar de reorganizar la respectiva Or– den, no pensaron en una renovación volvien– do a los orígenes, sino que se contentaron con enlazar con la etapa precedente, reunir los materiales dispersos o removidos, como se ha– ce con un edificio que se quiere repristinar, y hacerse a la idea de que todo continuaba lo mismo, pero rehecho y robustecido. Un crite– rio de adaptación a la nueva sociedad no en– traba en las perspectivas sociales de aquel tiempo" (L. Iriarte, Le., p. 433). El espíritu de los orígenes se fue conge– lando así en un observantismo severo y exi– gente, una religiosidad de la ley, y una espiri– tualidad de repliegue frente a un mundo que comenzaba a experimentar profundas muta– ciones, que si alimentó la vocación claustral de numerosos y admirables hermanos, dejaba cada vez más a la intemperie a muchos otros, especialmente a medida que la "observancia regular" se convertía en un absoluto, y la mul– tiplicación de recaudos exteriores y formales para resguardarla ahogaba la libertad de espí– ritu y la capacidad creativa. La época del pre y postconcilio Vatica– no II abocó nuevamente a la Orden Francis– cana, como a las demás, a una profunda crisis y los esfuerzos realizados en una auténtica perspectiva reformadora han sido y están sien– do muy importantes. Pero habría que pregun– tarse, a estas alturas del tiempo posconciliar, si la disolución del sistema tradicional está generando un verdadero espíritu de reforma, que tiene que ser fruto del "Espíritu del Se– ñor" o no será, o si la "renovación adapta– da" se ha reducido a un tímido reformismo, cuando de lo que se trata es, una vez más, no de retocar y repristinar, sino de transformar, no tanto de adaptar como de crear algo nue– vo. "El haber sabido encontrar y mantener siempre un equilibrio 'espiritual' frente a to– do extremismo es un carisma peculiar e inna– to de la Reforma Capuchina... Y la primacía de este espíritu renovador-vivificador explica su origen tan fuerte, su historia plurisecular tan rica y su persistente dinámica hasta nues– tros días como única reforma franciscana que 132 ha perdurado" (Optato van Asseldonk, en Le origini della Reforma Cappuccina, p. 403). Hoy como ayer el desafío es encontrar una nueva síntesis vital que devuelva a la Fra– ternidad Capuchina el proclamado equilibrio entre una experiencia de Dios y una actividad contemplativa que deben encontrar su lugar en las particulares circunstancias de nuestro tiem– po y lugar, y una actividad indiscriminada que hace prácticamente ilusorio cualquier intento de reforma en la línea del propio carisma. b) Vida retirada y cercanía del pueblo Superada la "tentación" de la vida eremí– tica estricta en los primeros capuchinos, la Re– forma privilegió, sin embargo, desde el princi– pio el retiro y la soledad como instancia in– soslayable de su proyecto de vida; y, de he– cho, esa tendencia, desorbitada en los oríge– nes, e incorporada luego a la legislación con determinaciones muy explícitas, contribuiría a configurar, tal vez como ninguna otra, su propio modo de ser por mucho tiempo. El lugar asignado intencionalmente a cual– quier forma de actividad exterior es muy esca– so en los orígenes de la Reforma, incluida la actividad apostólica. Del texto y el contexto de las Constituciones de 1529 y 1536 surge la imagen de una institución netamente caris– mática, que privilegia el ser sobre el hacer, la gratuidad sobre la eficacia, en cuanto intento de retorno al ideal primitivo franciscano, sin mayores determinaciones programáticas. Es cierto que algunas formas de apostola– do peculiares surgen espontáneamente desde el principio, especialmente la predicación en– tre el pueblo humilde; pero ya veremos en el apartado siguiente que, como sucedió con san Francisco y sus primeros compañeros, la pre– dicación de los primeros Capuchinos está en estrecha dependencia y es un reflejo de su forma de vida pobre y penitente, y no como exigencia de una acción ministerial o pasto– ral. Como había sucedido en el siglo XIV con la reforma de la Observancia, y sucedería con todas las subsiguientes, los primeros capu– chinos tienen una clara conciencia de que so– lo podrían realizar sus propósitos reformado– res marginándose de la comunidad organiza– da, y emigrando de los centros urbanos y de aquélla hacia la periferia, de la comodidad e instalación de los grandes conventos a la in– seguridad y provisoriedad de las pequeñas vi-

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