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cosas porque hoy, y especialmente a partir del Concilio Vaticano II, toda la Orden se siente vacada, y en buena medida también abocada a la reforma. Como es sabido, el Concilio Vaticano II define la renovación de la Vida Religiosa co– mo un "retorno constante a las fuentes de to– da vida cristiana y a la primigenia inspiración de los Institutos, y una adaptación a las cam– biantes condiciones de los tiempos" (PC 2). Esta renovación exigida por el Concilio debe hacerse de acuerdo con los principios siguientes: a) el seguimiento de Cristo, como norma úl– tima o regla suprema; b) el reconocimiento y asimilación del espí– ritu y los propósitos de los Fundadores, así como de las sanas tradiciones de cada Instituto, que constituyen su propio patri– monio; c) la cooperación de todos los integrantes de cada Instituto. A 20 años del Concilio, si todavía queda tanto por hacer en la tarea de la renovación, podemos afirmar que el camino recorrido y los pasos dados han sido, sin duda, muy im– portantes. Y es que una Institución no se reforma de la noche a la mañana; y la renovación exigi– da por el Concilio no sólo implicaba un cam– bio de mentalidad, y una conversión interior, sino que afectaba también a la dimensión es– tructural y sociológica de la Vida Religiosa; y aun los más bellos propósitos se estrellan a veces, como la historia lo atestigua, con la tira– nía de la rutina y las exigencias de las situa– ciones de hecho. El impulso renovador, si no está frenado -y no se puede decir que ahora lo esté- por la Institución misma, está, en cambio, condi– cionado hasta el punto de anularlo, por esas situaciones de hecho, frente a las cuales la misma Institución parece sentirse a veces im– potente. Piénsese en ciertas actividades califi– cadas una y oha vez por los documentos ofi– ciales y otros de la Orden como ajenas a nues– tro carisma o inadecuadas para expresarlo de una manera satisfactoria. Esta situación, que con frecuencia lleva a muchos hermanos a un activismo desangela– do, acaba produciendo en no pocos de ellos una especie de desesperanza, hasta que aca– ban tal vez aceptando resignadamente lo irre– mediable, y aun legitimándolo, por razones 128 personales, sociológicas y aun "eclesiales", o por una mal entendida "eficacia apostólica". Habría que preguntarse, y más de un Su– perior mayor con su consejo lo hacen, cuáles son los límites del "respeto debido" a las per– sonas y sus opciones cuando comprometen valores esenciales del proyecto de vida de la Fraternidad, y no pocas veces son fruto de un determinismo histórico y de una insuficiente claridad acerca de los motivos y de la propia identidad. El Ministro general OFM Cap. con su Consejo analizaba esta situación con notable claridad recientemente (cf. CUADERNOS, n. 61), exhortando a los hermanos a enfrentar el devenir de la Orden "con la suficiente lucidez y valentía para optar por puestos de trabajo y testimonio en sintonía con nuestro carisma y con los signos providenciales del tiempo", y concluía: "Dejamos toda responsabilidad a quienes se atrincheran en el propio modo de ver las cosas, en sus proyectos, y asimismo, en quienes, en el servicio de la autoridad se re– fugian en su debilidad, cerrando simplemente los ojos". La Institución es lenta y cansina porque los individuos que la componen lo son. Esta constatación parece más obvia ahora que los llamados de aquélla a un cambio de mentali– dad y una profunda reforma son tan apre– miantes. Léase al re~pecto el reciente .docu– mento del Consejo Plenario de la OFM sobre "Evangelización y Misión" de la Orden, en el que se exhorta reiteradamente a los hermanos a recuperar la vocación profética de la Orden, convirtiéndose en "vanguardia evangelizado– ra dentro de una Iglesia que debe encarnarse y renovarse constantemente" (Cf. este mismo número de CUADERNOS, passim y n. 17). Y habría que repasar todos los demás documen– tos de la Familia Franciscana en los últimos años, que por reiterados y enfáticos en la mis– ma línea acaban tal vez produciendo en sus destinatarios, todos nosotros, una especie de acostumbramiento. Las declaraciones de principios en la Fa– milia Franciscana han sido muy abundantes en los últimos años, probablemente más que en ninguna otra institución religiosa ; en cam– bio, queda todavía bastante por hacer en lo relativo a la "presencia franciscana en el mun– do", con una proyección y planificación similar a la que se llevó a cabo en el campo de la ac– tividad formativa, con resultados que están a la vista en muchos lugares, y concretamente en América Latina: una clarificación y unifi-

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