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mento, que gozó de gran predicamento y es– tima entre los iniciadores de la Reforma, y en último término en asegurar la fidelidad a la forma de vida evangélica tal como la vivieron san Francisco y sus primeros compañeros. Al respecto, es sorprendente cómo las pri– meras generaciones de Capuchinos repiten el esquema de vida de aquéllos: desde sus humil– des viviendas situadas en las afueras de las ciudades van por los pueblos predicando la penitencia y la paz, asisten a los apestados y encarcelados, visitan los hospitales y aun al– gunos residen en ellos actuando como enfer– meros y encargados de la limpieza, y hasta se ordena que los postulantes permanezcan du– rante algunos meses en algún centro hospita– lario antes de ingresar en el noviciado. Un ·cronista de la época asegura que ésta era la mejor propaganda vocacional. El principal apostolado de los Capuchi– nos era, pues, su testimonio de vida pobre y austera, pero el apostolado de la palabra se les impuso desde el principio como una exi– gencia insoslayable de su misión. Y como la de Francisco y sus compañeros era parenética y penitencial, y al gusto de la época, acom– pañada también de ciertos recursos efectistas y dramáticos. Frente a la predicación escolástica del tiempo, doctrinal y culta, y todavía muchas veces en latín, los Capuchinos, imitando en esto a los protestantes, utilizaron la lengua vulgar en su predicación y en la abundante literatura religiosa popular que pronto co– menzaron a producir y difundir (con numero– sas ediciones en algunos casos), con una te– mática centrada en la "teología de la cruz", entonces en boga, inspirada igualmente en la de los reformadores protestantes, especial– mente Lutero y Valdés. Se dice que los Capuchinos, así como no tuvieron un influjo directo en el concilio de Trento, contribuyeron, en cambio, de una ma– nera decisiva en el movimiento de reforma de la Iglesia de la época a través de una predi– cación singularmente adecuada para llegar a los estratos populares, hasta el punto de me– recer el calificativo de "predicadores evangé– licos". En cambio, su cuarto Vicario general, el más famoso predicador de Italia, y una de las más brillantes personalidades de su tiempo, Bernardino Ochino, acabaría enfrentándose con la Iglesia y abandonando la Reforma. Su oratoria victoriosa y triunfalista se avenía mal 134 con el espíritu y el método de sus hermanos, siempre fieles y sumisos a la santa Madre Igle– sia, como Francisco. Quedaría en la memoria de la naciente Reforma como paradigma de lo que era necesario evitar a toda costa: la ten– tación de prestigio y brillo exterior y la pre– tensión de reformar la Iglesia enfrentándola. La defección de Ochino estuvo a punto de hacer naufragar a la Reforma, y si logró sobrevivir a la prueba, de la que salió purifi– cada, por lo demás, fue, no solo gracias al apo– yo de personalidades influyentes, sino, sobre todo, a la pureza de sus ideales reformadores, la simpatía y estima que gozaba entre el pue– blo y el prestigio de muchos de los integran– tes de la todavía reducida Fraternidad. La predicación entre el pueblo y las "mi– siones populares" pertenecen a la mejor tradi– ción de la Orden, y no hay duda de que la renovación de la misma en el campo de la actividad apostólica no puede limitarse a un reformismo o un "aggiornamento" de aposto– lados y compromisos, muchos de los cuales "bien poco tienen que ver con nuestro caris– ma" (Carta del Definitorio general, 1 de nov. de 1982), sino que debe abrirse, con un nue– vo dinamismo y una auténtica voluntad refor– madora, como numerosos documentos recien– tes de la Orden lo enfatizan, a unas estructu– ras de testimonio y presencia profética entre el pueblo en las numerosas líneas abiertas por la propia Iglesia, especialmente en Latinoamé– rica, para que pueda convertirse en "vanguar– dia evangelizadora.. . en fidelidad al carisma de su fundación" (Puebla 771). Conclusión En los últimos decenios, la Orden Capu– china ha renovado y actualizado profunda– mente su pensamiento simbólico en una línea espiritual-penitencial, que es característica de sus orígenes, luego de un siglo de denodados esfuerzos restauradores con una tendencia pre– dominantemente disciplinar y observantista, que acabaron abocándola a una crisis purifi– cadora desde los Capítulos generales, los Con– sejos Plenarios y Asambleas regionales como la ALAC. La disolución del sistema sacral tradicio– nal, calificado como "observancia regular" , que ya venía produciéndose en la etapa ante– rior al Concilio, llevó a numerosos hermanos a una crisis de identidad, y en no pocos casos al abandono de la Orden, mientras que otros se compensaban volcándose en una actividad

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