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MIRANDO AL FUTURO DESDE EL PRESENTE En los últimos meses, o más bien semanas (la aceleración de la historia es mucho mayor de lo que pudo constatar el Vaticano JI), hemos podido ser espec– tadores asombrados de una serie de acontecimientos que han invalidado rápida– mente la voluntarista proclamación de un "nuevo orden mundial", convertido de pronto más bien en nuevo desorden. Apenas tuvimos tiempo de recuperarnos del asombro que nos produjeron el de– rrumbe del muro de Berlín con todas sus secuelas, y luego, una guerra no decla– rada, que ni siquiera fue tal, sino una exhibición de fuerza apoyada en una tec– nología refinada (y habría que agregar diabólica), ya casi olvidada, quién sabe por qué. Tampoco los cientistas y analistas políticos al igual que los teólogos y pensa– dores cristianos han tenido tiempo aún de reflexionar sobre las consecuencias de esos acontecimientos, como el de la caída de las estatuas de Lenin y el derrum– bamiento total del comunismo en los países de Europa. Los hechos están ahí, y un análisis autojustificatorio y legitimador, como el que podemos observar casi a diario desde determinados sectores sociales, políticos y aun religiosos, es, sin duda, tan apresurado e ingenuo como deshonesto. Las razones profundas de los procesos revolucionarios de nuestro siglo y los interrogantes que plantearon también están ahí y continúan vigentes, incluso, en no pocos aspectos, más que nunca. Las "utopías" y las luchas de tantos hombres de buena voluntad, cristianos y no cristianos, y de tantos grupos, tanto en el ám– bito civil como en el religioso, y concretamente el camino recorrido por la teología de la liberación, no sólo no han sido borradas de la historia, sino que tienen ahora una nueva vigencia. Algunos pensadores no cristianos se plantean la posibilidad de encarar la "opción por los pobres" como un referente o un denominador común para el pensamiento de una "nueva izquierda", que, se supone, deberá surgir, y que tendrá que redefinir sus posiciones a partir del derrumbe del llamado socialismo real. Los pobres son cada vez más numerosos, y en la nueva situación parecen cada vez más desvalidos, y aun inútiles, como los deficientes físicos , los ancianos y hasta los niños, demasiado numerosos para las necesidades del "nuevo orden". El espectro de la indigencia y la menesterosidad, los espacios de desencanto, en los que se nutre el instinto de muerte y de fuga, son cada vez más amplios, y reclaman no el olvido, sino una reafirmación del espíritu libertario, y, al interior de la comunidad cristiana, una profundización de la teología de la liberación y de la "opción por los pobres", ahora más que nunca necesitados de apoyo por parte de todos los hombres de buena voluntad frente a la prepotencia del sistema, en– valentonado por sus espectaculares victorias. Frente a la euforia y el síndrome del éxito desatados en los sectores más con– servadores de la sociedad (incluso religiosos), habría que recordar la limpia teolo– gía paulina de la "impotencia" de Dios y el fracaso de su Hijo a merced de las 141
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