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LA MINORIDAD FRANCISCANA 429 El relato de Celano que refiere el momento en que Francisco impuso el nombre a la Orden, no puede ser remitido, sin más, a los orígenes. Es probable, como apunta el biógrafo, que al escuchar las palabras que se dicen en la Regla (1 R 7, 1.2) a propósito del desem– peño de responsabilidades en las casas donde se sirve, Francisco exclamara: «Quiero que esta Fraternidad se llame Orden de Herma– nos Menores» (1 Cel 38); pero hay que tener en cuenta que este fragmento de la Regla no bulada, por su carácter prohibitivo, no puede ser de los primeros años, ya que supone una experiencia negativa que no conviene olvidar para no repetirla. Lo cierto es que el nombre de Menores que Francisco tomó como título oficial de la Orden, es una expresión de la actitud evangélica que los hermanos deben adoptar en el seguimiento de Jesús. Pero este hecho incuestionable de que la minoridad franciscana hunde sus raíces en el Evangelio, no quita que el ambiente del tiempo orientara y sensibilizara a Francisco y su Fraternidad hacia determinadas formas de conducta con las que expresar su opción radical por el Evangelio, ya que éste puede adoptar distintas configuraciones según el «lugar» sociorreligioso desde el que se lea. I. UNA SOCIEDAD DE MAYORES Y MENORES La sociedad medieval en que le tocó vivir a Francisco, en concreto Asís y sus alrededores, despertaba con euforia de una situación de inconsciencia y servilismo que le empujaba a autoafirmarse y hacer– se respetar, costara lo que costara, ya que de ello dependía su identi– dad e, incluso, su propia superviviencia. La visión jerarquizada en clases sociales que había heredado del pasado le condicionaba a la hora de comprender la realidad, puesto que no podía hacerlo sino a partir de unos esquemas determinados. Los términos «mayor» y «menor» forman parte de una terminolo– gía con amplia tradición y difusión. Basta hojear cualquier manual de la historia del derecho italiano para ver que los hombres libres de la ciudad se dividían en mayores, medianos y menores. Los ejemplos aparecen ya a finales del siglo x, y, tal vez por comodidad, tiende a desaparecer el término «mediano», para dejarlo en un simple bipolarismo: mayores y menores. El contenido real de estas clases sociales difiere según lugares y tiempos. Así en Alba, en un documento de 1259, «mayor» era quien tenía un patrimonio de 300 libras, «me– diano» quien lo tenía entre 100 y 300 libras, y «menor» el que no llegaba a 100. Un poco más tarde y en el común rural de Anghiari, se

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