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446 JULIO MICÓ El señuelo de la eficacia puede pervertir nuestra opción laboral, disfrazando de «mayor servicio» lo que en realidad es un medio de ejercer poder. Discernir lo eficaz desde la minoridad supone utilizar otros parámetros, los evangélicos, bien distintos de los que emplea la sociedad. El trabajo franciscano, pues, más que un modo de ayudar al hombre desde la prepotencia, es un servicio humilde y respetuoso, puesto a disposición de la dignidad humana allí donde, despreciada y maltrecha, trata de regenerarse. - El apostolado La otra faceta del servicio menor que tiene la Fraternidad es el apostolado o la evangelización; evangelización que, en la Edad Media, se reducía casi exclusivamente a la predicación. De ahí que la princi– pal, y casi única, actividad de los primeros hermanos fuera el anuncio de la Palabra. Mientras esta actividad permaneció fuera de la oficialidad y se ejerció con carácter ocasional, no hubo problemas de compatibilidad con el talante menor del proyecto evangélico. Pero una vez la Fra– ternidad se fue decantando hacia el apostolado oficial y permanente, el oficio de la predicación se convirtió en un problema para Francisco. Problema porque peligraba la opción menor de la Fraternidad al aumentar el riesgo de apropiación de dicho ministerio, convirtiéndolo en un derecho personal; y problema también por las tendencias a realizarlo de una forma autónoma, sin depender de los obispos y sus sacerdotes. En cuanto a lo primero, el peligro debió de ser real, por las veces que Francisco insiste en que los predicadores no se enorgullezcan de su cargo ni pretendan apropiárselo (1 R 17, 4-18). En el momento en que la predicación ya no era ocasional, sino que requería una prepa– ración teológica para poder ser aprobado y recibir el oficio de parte del General (2 R 9, 2), era relativamente fácil cosiderarse superior a los demás hermanos y buscar medios para que dicha superioridad se hiciera efectiva. Por eso, la advertencia de Francisco de que fueran coherentes con su opción, no utilizando el oficio de predicador en provecho propio, sino como un servicio menor a todo el Pueblo de Dios, estaba más que justificada. La otra cara del problema de los predicadores era su inclinación a la autonomía apostólica, aunque en realidad fuera para depender
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