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428 JULIO MICÓ su inusualidad dentro del lenguaje común. Incluso el vocablo «me– nor», más conocido y de mayor utilización, es empleado casi exclusi– vamente en términos cuantitativos, dejando su faceta espiritual para unos pocos iniciados en el franciscanismo. Además, existe una difi– cultad añadida y es que, aun dentro de la familia franciscana, la minoridad es un valor que se cotiza poco, quedando en una mera retórica literaria -y ésta escasa, a la vista de la poca bibliograña sobre el tema-, sin impregnar ni las actitudes ni las estructuras de los que nos decimos seguidores de Francisco. Sin embargo, dentro del calidoscopio de valores que configura el carisma de Francisco, la minoridad es determinante, por cuanto que colorea a todos los demás, haciéndolos franciscanos. Si hubiera que nombrar el valor original que identifica al Movimiento franciscano, sin lugar a dudas habría que pronunciar esta palabra: Minoridad. A pesar de su importancia, la percepción y definición de la minoridad sigue siendo dificultosa, porque no tiene unos límites concretos, sino que su contorno se difumina hasta mezclarse con la pobreza de espíritu, la humildad, la sencillez, el servicio, etc. No obstante, hay que intentar acercarse a ella, porque de su conoci– miento y asimilación depende el que retomemos un franciscanismo original que nos devuelva la frescura del Evangelio. Celano, con su habitual juego de palabras para resaltar algo que le interesa, en este caso la Porciúncula, nos ofrece unos rasgos de Francisco que lo dibujan a la perfección: «Pequeño de talla, humilde de alma, menor por profesión» (2 Cel 18). No se puede decir más con menos palabras. Francisco se consideró menor y se puso al servicio de todos, no porque tuviera una baja autoestima, sino porque percibió que la actitud de las bienaventuranzas es fundamental a la hora del segui– miento, ya que Jesús, además de anunciarla como actitud clave en la comprensión del Reino, la vivió con todas sus consecuencias. La Fraternidad primitiva adoptó la minoridad, después de un proceso de clarificación, como valor identificativo del grupo. Desde el presentarse como «Penitentes de Asís», pasando por «Pobres menores», hasta llegar al definitivo ,,Hermanos Menores», debió de pasar un cierto tiempo. La noticia más fiable que tenemos nos la da Jacobo de Vitry en una carta de 1216, en la que conña a sus amigos la grata impresión que le había causado el «ver que muchos seglares ricos de ambos sexos huían del siglo, abandonándolo todo por Cristo. Les llamaban Hermanos y Hermanas Menores» (BAC 963).

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