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444 ,JULIO MICÓ sus decisiones, las acoge confiadamente, porque conoce que provie– nen del amor y son para su bien. De ahí que ser menor, al relacionarnos con Dios, no quiera decir tomar una actitud servil, fruto del miedo y la pusilanimidad. Servir a Dios es hacer posible que su Reino tome cuerpo en la historia de los hombres, convirtiéndose en humildes colaboradores de su actividad liberadora. b) Servidores de los hermanos El servicio al Reino no es ninguna abstracción que permita diluir los contenidos evangélicos de servicio en actitudes y gestos espiritualistas. Si el Reino es la concretización del amor salvador de Dios a los hombres, entrar en su dinámica no puede ser otra cosa más que reproducir ese mismo amor entre nosotros. Pero el amor se manifiesta, sobre todo, en el servicio; y éste se concreta, primeramen– te, en los que tenemos más cerca, es decir, en los hermanos que forman la Fraternidad. Al hablar de la faceta minorítica de la obediencia ya hemos aludido al talante que deben mantener las relaciones entre los her– manos. Nada de dominarse unos a otros ni de afirmar sus personali– dades a costa de humillar a los demás (1 R 5, 9-12). El verdadero hermano menor cristaliza su madurez evangélica ayudando a los demás hermanos a ser fieles a su opción, sabedor de que este servicio es mutuo, es decir, que los otros hermanos también le deben servir a él en lo referente a su vocación cristiana (1 R 5, 13-15). Pero este servicio fraterno no se queda en la mera ayuda espiritual. La maduración evangélica de las personas no afecta solamente al espíritu; es toda la realidad personal la que debe ser liberada para servir a la liberación de los otros. Por eso, además de los ministros, que por su condición de «siervos» están al cuidado de los frailes, también los otros hermanos deben ir construyendo fraternidad en el servicio mutuo y amoroso. Desde el cuidado de los enfermos (1 R 10, 1), la ayuda a los que están pasando por momentos de crisis (CtaM 2) o han caído en la contradicción del pecado (CtaM 15), hasta el trabajo o la limosna con el fin de procurar comida y vestido para los demás (2 R 5, 3), todo son formas de hacer real la servicialidad menor que configura y baña todas las relaciones de la Fraternidad evangélica.
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