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442 JULIO MICÓ peligrosamente del cargo en detrimento de su vocación como menores (Adm 4, 1-4). Por eso se lamenta de aquellos hermanos que han sido colocados en lo alto por los otros y no quieren abajarse por las buenas. Estos hermanos no han comprendido la verdadera minoridad del servicio, que no ambiciona, aunque lo designen a uno, los altos cargos, sino que prefiere estar siempre a los pies de los demás (Adro 19, 3s). La otra forma de apropiación que acompaña a ésta de los ministros, es la de retener el oficio de predicar como si se tratara de un derecho. En esto Francisco es también tajante: «Ningún ministro o predicador se apropie el ser ministro de los hermanos o el oficio de la predicación; de forma que, en cuanto se lo impongan, abandone su oficio sin réplica alguna» (1 R 17, 4). Esta decisión viene seguida por unas motivaciones evangélicas que ayudan a comprenderla. La actitud fundamental del que acepta el Reino con gozo es la humildad, al comprobar que la única fuente de salvación es el mismo Dios y no nosotros. De ahí que sea absurdo enorgullecernos y sobrevalorarnos, adoptando una postura fanfarrona por lo que hacemos o decimos, ya que tal actitud es falsa, por cuanto sabemos por propia experiencia de lo que somos capaces y de que, en último término, la voluntad de hacer el bien escapa a nuestra decisión. 7. SERVIDORES DE TODOS La minoridad es una actitud referencial que brota de la acepta– ción de la propia pobreza existencial. Pero dicha actitud no se reduce a la sola proclamación de nuestra nada, sino que requiere además su explicitación en unas relaciones humildes con Dios, con los hermanos y con los demás hombres. La razón es que los valores, o lo que antes llamábamos virtudes, se adquieren y maduran ejerciéndolos. Pues de nada serviría estar mentalmente convencidos de la importancia de la minoridad si, después, no calase hasta esos niveles más profundos del hombre donde la convicción se hace decisión y la creencia práctica. a) Servidores de Dios Al hablar de los siervos de Dios (cf. 3, c) ya hemos descrito la postura del que se sabe menor y, por lo tanto, necesita de Dios. El concepto de «siervo de Dios», elaborado en la Edad Media para expresar la entrega monástica al servicio divino, refleja la disponibi– lidad total del que se abandona por completo a la voluntad del Señor. Francisco lo utiliza muy escasamente (1 R 7, 12; 2 R 5, 4), salvo en las
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