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LA MINORIDAD FRANCISCANA 441 bienes son de Él y a Él se los debemos devolver (1 R 17, 17s); «a nosotros no nos pertenecen sino los vicios y pecados» (1 R 17, 7). De ahí que uno pueda considerarse verdaderamente menor «si, cuando el Señor obra por medio de él algo bueno, no por ello se enaltece su carne, pues siempre es opuesta a todo lo bueno, sino, más bien, se considera a sus ojos más vil y se estima menor que todos los otros hombres» (Adm 12; 5), porque lo importante es aceptar con humildad que la fuente del bien no somos nosotros sino Dios. Por eso, lo coherente es no enaltecerse más por el bien que el Señor dice y obra por medio de uno, que por el bien que dice y obra por medio de los demás (Adm 17,1), ya que «todo aquel que envidia a su hermano por el bien que Dios dice o hace en él..., envidia al mismo Altísimo, que es quien dice y hace todo bien» (Adm 8, 3). El que ha comprendido lo que es minoridad, «no se tiene por mejor cuando es engrandecido y exaltado por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más» (Adm 19, ls). La grandeza del hombre no está en su propia afirmación sino en el saberse apoyar en Dios. Por eso, se realiza el que sabe restituir todos los bienes al Señor; porque quien se reserva algo para sí, está construyendo su personalidad en falso, ya que tarde o temprano se le quitará lo que creía ser su fundamento y seguridad, quedándose a la intemperie (Adm 18, 2). Esta actitud de humilde minoridad podría parecer irreal por generalizadora y abstracta. Sin embargo, la historia de la Fraterni– dad tuvo en sus principios momentos de lucidez para hacerse menor, aunque poco a poco se fuera diluyendo, hasta desaparecer en la concretización diaria del proyecto de vida como un valor indentificativo. Esta pérdida de la minoridad como valor englobante de la vida franciscana, reduciéndose -a lo sumo-- a la virtud de la humildad, tuvo como consecuencia unos comportamientos similares a los de las restantes Órdenes religiosas, si no monásticas. Por ejemplo: los car– gos, que en la organización de la Fraternidad están en función del servicio a la misma, se tomaron como feudos propios desde donde ejercer el poder y dominar a los demás. Y esto debió de suceder muy pronto, pues ya Francisco advierte en una de sus Admoniciones -después de proponer el ejemplo del Señor, quien no vino a ser servido sino a servir-, que es un verdadero ministro aquel que se alegra tanto de su cargo, como si le hubieran encomendado el oficio de lavar los pies a los hermanos. Y cuando se alteran más por quitarles de superiores que de lavar los pies, es que se están apropiando

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