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440 JULIO MICÓ c) El no-poder El instinto de dominio que todos llevamos dentro tiene que desen– mascararse para poder ser controlado, ya que bajo capa de servicio solembs introducirlo en nuestras relaciones con los demás. La opción evangélica nos enseña y exige definir el servicio al Reino desde la perspectiva de Jesús. Éste es el motivo por el que Francisco insiste en que «ninguno de los hermanos tenga potestad o dominio, y menos entre ellos. Pues, como dice el Señor en el Evangelio, 'los príncipes de los pueblos se enseñorean de ellos y los que son mayores ejercen el poder en ellos'; pero entre los hermanos no puede ser así; por tanto, el que quiera hacerse mayor entre ellos, sea su ministro y siervo, y el que es mayor entre ellos, hágase como el menor» (1 R 5, 9-12). La conveniencia de una autoridad en el grupo que animara y coordinara a los hermanos podía ser motivo para justificar el ejercicio del poder. De ahí que Francisco, siguiendo el Evangelio, proponga un tipo de autoridad cuyo único poder sea el servicio. La renuncia a la propia voluntad para cumplir confiadamente la voluntad de Dios, ponía a la Fraternidad, ministros y súbditos, en una situación de minoridad, donde la obediencia dejaba de ser una sujeción personal en la que cabía el abuso de poder, para convertirse en una apertura obediencial de todos al proyecto evangélico profesado. De este modo, las mediaciones de la autoridad, aunque necesarias, eran controladas por la práctica del discernimiento. La obediencia, para Francisco, no es exclusiva del súbdito. Por cuanto es una forma coherente de mantenerse en la minoridad, hay que evitar el enquistamiento de la propia voluntad, tanto en superio– res como en súbditos, para recorrer el camino siguiendo a Jesús. Ni los ministros pueden abusar de su autoridad, imponiendo algo que no sea el propio proyecto de la Fraternidad, ni los súbditos pueden atrincherarse en su propio querer, desconfiando de las propuestas razonables de los ministros (1 R 5, 2-6). 6. No SE APROPIEN DI~ NADA La actitud menor y evangélicamente provocativa de la primitiva Fraternidad se extiende así mismo a la desapropiación, no sólo de las cosas, sino también de esos valores más sutiles a los que nos agarramos como tabla de salvación de nuestra personalidad. Con frecuencia olvidamos que Dios es el Bien total de quien procede todo bien, y que, por tanto, debümos reconocer que todos los

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