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LA MINORIDAD FRANCISCANA 437 de dar sentido a la vida e intentar organizar las relaciones humanas a partir de ellos. Por eso, su empeño en aceptar el Evangelio como forma de vida y ofrecerlo a los demás, sin ninguna pretensión proselitista, para que llenen también de sentido sus propias vidas. Esta decisión de intentar un nuevo modo de vivir según el Evan– gelio les convierte, por contraste, en unos seres extraños, pero, a la vez, inconscientemente admirados. La cultura de «cristiandad» que bañaba toda la sociedad medieval, le hacía admirar a unos hombres que habían sido capaces de seguir a Jesús de forma consecuente; pero, al mismo tiempo, no podía consentir que lo hicieran de un modo tan provocativo. La Fraternidad franciscana, al tomar en serio el Evangelio, ponía en crisis a una sociedad que se proclamaba creyen– te, pero que hacía compatible su fe con los antivalores denunciados por Jesús. 5. ÉRAMOS INDOCTOS Y SU.JETOS A TODOS La Iglesia, durante la Edad Media, prestó un indudable servicio a la cultura. Los monasterios y después las catedrales fueron los refu– gios donde se cobijó el saber para no ser arrasado por las invasiones del norte. Pero la protección y utilización de este saber, además de ser un servicio, se convirtió también en poder, al estructurarse como ideología dominante y servir de capacitación para desempeñar fun– ciones importantes, mantenedoras de la organización social, que indudablemente reportaban cierto prestigio. La cultura de la Iglesia, pues, no era solamente un medio de preparación para los cargos eclesiásticos, sino que todos los puestos claves del tejido social estaban ocupados por personas que le debían su capacitación cultural. Dentro de este marco del saber como arma de doble filo -la conservación de la cultura y su utilización como medio ideológico de presión y poder- es donde hay que colocar el gesto de Francisco y los suyos de no adoptar la ciencia como vehículo de la evangelización, sino servirse de la cultura popular para comunicar su experiencia evangélica. a) El no-saber La voz de Francisco en su Testamento evocando los orígenes nos muestra lo provocativo de su opción al definirse como «hombres sin
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