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436 JULIO MICÓ c) Los siervos de Dios La omisión del término «siervo» para expresar las relaciones fraternas, además de esa intencionalidad igualitaria entre los her– manos, tiene otra más profunda que es, como ya se ha insinuado antes, la de indicar la soberanía de Dios. Con un lenguaje tradicional en la ascética de la Edad Media, aplicado a los monjes, la mitad de las Admoniciones hablan del siervo de Dios para designar al hermano que ha comprendido la actuación soberana de Dios como única fuente del bien que nos da la existencia, nos acompaña y nos espera al final del camino. De ahí que nuestra actuación no sea estrictamente esencial a la hora de realizarse este proyecto salvador; somos siervos inútiles, no porque hagamos mal el trabajo encomendado, sino porque carecemos de protagonismo y, por lo tanto, se puede prescindir de nosotros sin que el proyecto se derrumbe. El siervo no debe, ni siquiera, preocuparse de la resonancia de sus actos; más bien debe dejar a Dios el cuidado de darle a éstos valor de testimonio y eficacia. La función del siervo se reduce, pues, a dejar que Dios sea el protagonista de la salvación, contribuyendo con la oración y el trabajo a que su voluntad se haga historia; y esto sin pretensión alguna de esgrimfr derechos, sino desde una actitud de humilde sencillez. El siervo es el que ha optado por dedicarse comple~ tamente al servicio de Dios, haciendo de su vida una parábola del amor divino hacia los hombres. 4. UNA FRATERNIDAD SIN PRETENSIONES La imagen de Jesús como Siervo sufriente que acepta la cruz como forma solidaria de amor a los hombres, es la que está en la base de la actitud evangélica de Francisco y, por tanto, de la Fraternidad. La Fraternidad nace y vive, en un contexto social de ambición y poder, sin otra pretensión que caminar por el camino humillante, pero al fin glorioso, que recorrió Jesús, como única salida al cerco diabólico que aprisiona al hombre impidiéndole su apertura a Dios. La Fraternidad primitiva se presenta como una opción evangélica que contrasta provocativamente con los valores sociales que se están viviendo. Su negativa a entrar, sin más, por los caminos que la sociedad de su tiempo estaba recorriendo, no se debe a esa madurez adolescente del que se opone porque sí. Son los valores fundamenta– les del Reino los que se le desvelan como una fuerza capaz, y sensata,

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