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58 FIDEL AIZPURÚA DONAZAR, OFMCAP • El torbellino de la crisis del modelo patriarcal que ha hecho saltar por los aires las opciones familiares, sexuales, de género, que han sido intoca– bles hasta ahora. El franciscanismo se convierte socialmente si va encajando esta mutación y se pone con decisión del lado de la fraterni– dad social con posturas abiertas en torno a temas de moral sexual y de igualdad de género. • El torbellino de las migraciones que cada vez afecta más al hecho social. Una conversión a este ámbito está pidiendo al franciscanismo no sólo una colaboración en los problemas que esto plantea sino el trabajo por llegar a una mentalidad nueva donde el otro, el distinto, llegue a ser hermano, no amenaza. 2. Una civilización de la pobreza El abrazo con el leproso entronca con una idea que hoy está cobrando un gran relieve. Es lo que l. Ellacuría llamaba «ia civilización de la pobreza»: «Una civilización... donde la pobreza ya no sería la privación de lo necesa– rio y fundamental debido a la acción histórica de grupos o clases sociales y naciones o conjunto de naciones, sino un estado universal de cosas en que está garantizada la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de las opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y con Dios.» 46 Permítasenos explicitar esta frase para establecer lo que entendemos por bases de una civilización de la pobreza: * Requisito previo: la lucha contra la pobreza: Ha de ser una lucha denodada, secular, porque no se trata de hacer pobres sino de hacer dignas a todas las personas. La dialéctica riqueza-pobreza quiebra la dignidad que se logra a base de luchar contra la pobreza. Es preciso hacerlo en todos los frentes, desde el signo minúsculo hasta el plan macropolítico. En esta lucha denodada se curte quien anhela una sociedad de estilo distinto. 47 46 I. EELLACURíA, «El reino de Dios y el paro en el tercer mundo», en Concilium 180 (1982), p. 595. 47 En este sentido, sería preciso revisar el concepto de la espirihialidad franciscana del ,,amor a la pobreza». Es, no lo olvidemos, pretender amar una negatividad. Eso no tiene sentido a no ser que ese amor se oriente hacia la realidad de la persona pobre, lo que hoy debe incluir la lucha contra la pobreza.
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