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«Y LOS TRATÉ CON MISERICORDIA» 57 sino que se cumpliría el encargo de mantener los valores liminares de cara a la misma sociedad que nos los demanda; se seguiría siendo hermano porque no nos alejaríamos del grupo del que hacemos parte. Quedaría así conjurada la distancia que hace estéril el trabajo cristiano. Además, la ayuda curativa sobre la herida humana se haría como «desde dentro», manera única y mejor de curar; no seríamos profetas bajados del monte sino acompañantes fraternos y compartidores de la vida, con sus riesgos y gozos. Finalmente, esta perspectiva tendría el beneficio de no desclasarnos porque habríamos comprendido la evidencia de que nuestra verdadera y única familia de verdad es la humana y su historia. b) La conversión social Esta lectura del icono del abrazo al leproso nos lleva a los franciscanos/ as a entender la conversión más como cuestión social que como cuestión religio– sa. Así ha ocurrido de algún modo en la opción de Francisco que simboliza el beso al leproso. Cuando ciertos analistas de la realidad diseccionan el hecho social, concluyen que el nuestro es «un mundo de torbellinos», una realidad en la que todas las instancias sociales están involucradas en los mismos grandes problemas que tiene delante lo humano. 45 Esos torbellinos son justamente el ámbito en el que ha de realizarse paulatinamente nuestra conversión social. • El torbellino del poder, que hoy más que nunca es un poder que deriva de la información ya que la información crea opinión. El franciscanismo puede convertirse al hecho social en la medida en que trabaje por el reparto de poder, manera de poner los cimientos de la fraternidad. • El torbellino de la necesidad de sentido, porque la persona se define y sigue en su imparable búsqueda de sentido. El franciscanismo podría con– vertirse a este torbellino social trabajando en el empeño por decir a toda persona que, por el simple hecho creacional, tiene un lugar en el mundo y un derecho inalienable a participar de la felicidad histórica. • El torbellino de la pérdida de identidad que deja a la persona sin raíces obligándola a refugiarse en nacionalismos excluyentes en los que sigue vigente el temor al otro. El franciscanismo se convierte al hecho social cuando trabaja en la erradicación del ancestral temor al distinto susti– tuyéndolo por una mentalidad universalista y plural, fraterna en suma. 45 Cf. M. CASTELLS, La era de la información, 3 vol., Madrid 1999.

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