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por el que se esfuerzan.en a~ociarse a 1:3- obra de redención y a la d1lata,c1ón del Remo de Dios" (PC 5). La frase o párrafo final con que se ciel"ra ~el capitulo primero y ,este número trec~ .es ~na paráfrasis de lo que. el .Decreto ~onc1har dice a propósito de los institutos dedicados a l_as obras de, apositolado: "Toda la vida religiosa de sus miembros debe estar imbuida de espíritu apostólico y toda la acción apostólica informa– da de espíritu religioso" (PC 8). El sesgo evolutivo de los últimos aftos En orden a los principios, es incuestionable que las Ordenes franciscanas no pueden iden– tificarse como institutos ,consagrados a las obras de apostolado. Si por el texto de las Constitu– ciones de los Capuchinos podría presumirse es– te cambio de identidad, habría que concluir que el texto de las Constitucione•s no hace otra co– sa que re,conocer una situación de hecho: fa Orden capuchina se ha reconfigurado o reiden– tificado de hecho, últimamente, como un insti– tuto de vida activa. Y eHo, invocando tal vez el imperativo con– ciliar de renovación por el que la manera de vivir, orar y trabajar debe ajustarse a ,las cam– biadas condiciones de los tiempos y a las ne– cesidades de la Iglesia y del mundo (PC 3). Es así como se ha abandonado el. habitat tra– dicional ,por residencias en ·el centro de las ciu– dades o de las poblaciones y se ha asumido In– discriminadamente el ministerio parroquial en propiedad y casi por sistema. Otros hermanos han asumido actividades profesionales a tiempo •completo. Esto ha podido traumatizar la vida de mu– chos hermanos, reducidos a la condición de clé– rigos l"egulares y menos que regulares, al fal– tar el debido reajuste de vida que hiciera com– patible la vivencia del carisma, religioso y fran– ·ciscano, con la actividad pastoral o profesional. Un reajuste que haría necesario la implantación de un vigoroso ritmo de Uempos fuertes para la convivencia y la vida de fraternidad. Y una re– organización de los g,rupos de convivencia, ha– bida cuenta de las diferentes actividades o ser– vicios prestados por •la comunidad (Const. 78, 2; cfr. también el número 128, 1). Algo de esto es lo que han pretendido algunos hermanos al constituirse en pequeñas comu– nidades de testimonio o de presencia, vivien– do una vida pobre entre los pobres. ARTICULO$ El •primer Consejo Plenario de la Orden, ce– lebrado en Quito, tuvo en cuenta la realidad sociológica latinoamericana y produjo docu– mentos que instaban a vivir pobremente entre los pobres, como los pobres y para los pobres. Se hicieron algunas exp,eriencias al respecto por religiosos no •siempre tan bien intencionados como era de desear. Tal vez, rpor lo mismo, un poco precipitadas y •con dudoso éxito. Esto fue más que suficiente para que se desatara una implacable campaña de descrédito, peor inten– cionada todavía, que hizo nugatorios fos gene– rosos propósitos de búsqueda de algunos reli– giosos. Sin embargo, hemos de lamentar que no se hayan producido intentos de crear grupos o co– munidades eremítico-contemplativas. Al menos entre los capuchinos del área septentrional de América del Su•r. Tal vez porque han vivido ur– gidos siempre, desde su primera venida a estas tierras, por imperativos misionales y pastorales. Imperativos que hoy por hoy deberían replan– tearse de manera diferente •en las regiones mar– ginadas, dando prio·ridad al testimonio de vida evangélica. Afortunadamente, entre los "menores" de Co– lombia se han dado y se están dando algunos ejemplos en la línea de crear pequeñas comu– nidades de vida eremítica: Aivernia, en Mede– ilín, y La Cruz, en Oporapa (Huila). t.a •experiencia de Oporapa está práctlcamen~ te comenzando, con apenas dos año·s. Los tres o cuatro hermanos de esta pequeña fraternidad han revivido los tiempos románticos de San Da– mián, edificando una pequeña residencia y una pequeña ermita en lo alto de una loma,. en un área de cultura campesina. Mano a mano y hombro a hombro con los campesinos que han reconocido y valorado la dimensión espiritual y evangélica de esta comunidad. CONCLUSIONES Este tipo de trabajo apenas puede tener con– olusiones. Podría parecer inmodesto o irreve– rente. Por otra parte, las conclusiones: o son evidentes y entonces podrá par,ecer superfluo repetirlas; o no lo son tanto. Y entonces se pue– de violentar la exposición al estar condiciona– das por la emotividad o los prejuicios perso– nales, Sin embargo, el lector debe conocer la acti– tud dialéctica o crítica del autor, así como las posibles soluciones a la problemática analizada, llegado el caso. 141

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