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ARTICULOS nos prejuicios sobre el particular. Tal sería el caso de las Constituciones de los Hermanos Menores Capuchinos después de su renovación. Veámoslo brevemente. Una desangelada afirmación del carisma La literatura excesivamente espiritual o pare– nética del texto ha debilitado la afirmación y el reconocimiento del carisma. El diferencial caris– mático se ha diluido en tópicos teológicos y espirituales, válidos para cualquier instituto re– ligioso, en el mejor de los casos. Otras veces, se ha podido incurrir en prejuicios románticos y desangelados. Tal sería el tratamiento de la fraternidad y la minoridad en el primer capítulo que sería una declaración de principios. La fraternidad, en efecto, no pasa de ser un "afecto", un ",sentimiento" o un "sentido" de ~raternidad (Const. 11). Se trata apenas de una categoría espiritual y evangélica, común a cual– quier vivencia cristiana, ,sin alcanzar el nivel de la diferenciación carismática que presentaría a la fraternidad como una "forma de vida". Otro tanto podría decirse de la minoridad que es en el texto un sentimiento de hu~ildad, un considerars·e deudor de los demás, sm tra– tar de constituirse en "mayor" y en estar dis– puesto y disponible para prestar un humilde op– sequio de nuestro trabajo y actividad en favor de los hombres sobre todo los más necesita– dos. Con la opcionalidad, incluso, de vivir pobre– mente entre ,1os pobres (Const. 12). Ciertamente, la fraternidad y ,la minoridad quedan mejor paradas en los respectivos capí– tulos que se ocupan de ellas (Const., caps. IV y VI). Pero les faltará también garra y agresivi– dad. O si se quiere, creatividad. La reconfiguración de la Orden capuchina como instituto de vida activa Si la lectura de los números anteriores pu– diera parecer desilusionante, el númem trece (debía ser trece) es desconcertante. Este desafortunado número trece trata de la instancia apostólica de la Orden, lo que es par– te integral de,J carisma franciscano. Siempre y cuando se interprete esta instancia apostólica en clave franc.iscana: el testimonio de vida evangélica antes que una actividad apostólica determinada (Const. 141). La e~presión "vida apostólica", q_ue se em– plea en el texto, es desafortunada y equívoca. Son válidos los ejemplos de Jesús, de los Após- 140 to,les y del mismo san Francisco que unían la contemplación y la acción, la oración y ·la acti– vidad salvadora, la oración y el ministerio de la palabra o la proclamación de la nueva de sal– vación (Const. 13). Pero, con ,ello se está planteando la oración y la acción en un parámetro de s~multaneidades acumuladas. La modaHdad de la vida apostóli– ca franciscana se ha de plantear en un paráme– tro de alternancias sucesivas o de tiempos fuertes. El Vaticano 11, que cuidó mucho sus expresio– nes, distingue claramente entre institutos de "vi– da contemplativa" (PC 7), "institutos clericales o laicale,s consagrados a las obras de aposto– lado" (PC 8), la "venerable institución monás– tica" y "las religiones que, por regla o instituto, unen íntimamente la vida apostólica con el ofi– cio coral y las observancias monásticas (PC 9). Es indiscutible que las órdenes franciscanas es1arían tradicionalmente incluidas entre estas últimas que unen (sería más correcto alternan) la vida apostólica con el rezo coral y las obser– vancias monásticas (retiro, soledad, silencio}. El planteamiento de 'la vida y actividad de ,los franciscanos debería invertir los término·s: ob– servancias monásticas, rezo del oficio coral y vida apostólica. Tal sería la vida conventual. P,ero, al suprimirse muchas de las observan– cias monásticas o de vida solitaria y al dejar de r,ezar en el coro el oficio, no quedaba otra al– ternativa que la de afirmar ,la "vida apostólica". Pero con ello se alteraba nuestra identificación carismática. Podría cuestionarse, ciertamente, la anterior monaquización de la O~den franciscana que fue una solución de emergencia organizativa. Pero prescindir de ,estas categorías monásticas era y es un riesgo a corto y largo p,lazo. Otra cosa es que se siga manteniendo el ca– lificativo "monástico", o se susUtuya por "ere– mítico-contemplativa", incluso ,po,r "conventual". Pero, configurar la vida y actividad de la Orden como las de un instituto de vida activa consa– g.rada a las obras de apostolado, es alterar pro– fundamente el carisma fundacional y la tradi– ción de la Q.rden. La unión de la oración y de la acción, de la con1emplación y la actividad salvadora es un imperativo común para todo·s los institutos: "Los miembros de cualquier instituto buscando ante todo y únicamente a Dios, es menester que jun– ten la contemplación por la que se unen a Dios de mente y corazón, con el amor apostólico,
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