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706 Villalmonte l. - Una mirada a la historia. No se precisa hacer ahora una descripción del fenómeno del antropocentrismo que tenemos tan a la vista. Recordamos algún he– cho de más relieve, con la finalidad de contextualizar, en alguna medida, cuanto sobre la aportación de la TF ocurre decir ahora. El desplazamiento antropocéntrico de nuestra cultura y, propor– cionalmente, de la propia teología cristiana, tiene raíces largas y múltiples en la historia de occidente. De ahí su universal presencia y el vigor con que nos interpela. En la comprensión que el hombre occidental ha tenido de sí mismo cabe distinguir tres etapas o, quizá mejor, tres actitudes fundamentales (dejando de lado las interferencias): v1s10n cos– mocéntrica, antropocéntrica teocéntrica. El hombre antiguo, en cuanto se le supone inmerso en la primitividad, tiene de sí mismo una visión absoluta, preponderadamente cosmocéntrica, de su modo de estar y de obrar en el cosmos, en la historia. Se experimenta y se piensa como un ser que emerge del cosmos penosamente, sujeto a su devenir, controlado por sus fuerzas indomables, al igual que los demás seres, o con diferencias irrelevantes respecto de ellos. Con la prevalencia del cristianismo y de las demás religiones del Libro - cristianismo, judaísmo, islamismo - en la Edad media, el hombre occidental se contempla a sí propio desde una perspectiva absorbentemente teocéntrica: proyectado por Dios desde ia eterni– dad para su gloria, hecho a imagen y semejanza del Creador, sumiso, condicional servidor de la voluntad e « intereses » de Dios en el mundo. En contrapartida, el hombre adquiere conciencia, basada en la Palabra de Dios, de su superioridad y señorío sobre el cosmos, de ser vicario de Dios en la tierra para cultivarla, dominarla, dis– frutarla. A partir del Renacimiento el hombre occidental comienza a apro– piarse y querer administrar como suya, en perfecta autonomía, la dignidad de que se proclama investido por la naturaleza. Progresiva– mente se desliga de los poderes múlti:ples, agobiantes y «divinales» con que la Iglesia de Cristiandad quiere seguir controlándole. Ca– mina hacia la independencia total en política, en las diversas zonas de la ciencia y de la cultura, en el ámbito de lo religioso. Con la intervención del filósofo Kant y, en general, con la varia actividad de los Ilustrados, se produce un « giro copernicano » en la filosofía y en todas las diversas zonas de la cultura humana. Giro expresa-

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