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748 Villalmonte giosidad absorbentemente teocéntrica, latréutica, fundada sobre la prevalencia omnímoda de la gratuidad, liberalidad: una religión de la generosidad, frente a la religión del interés preferida por el hom– bre de nuestra época. Anteriormente aludíamos al doble tipo de religiosidad bá– sicamente diferenciado como religiosidad teocéntrica y religiosidad antropocéntrica. Toda religión natural es primariamente antrocén– trica, busca y acepta a Dios en cuanto "Salvador" del ser humano de las limitaciones que lo acosan. Unas relaciones Dios-hombre que estén regidas por la pura generosidad y desinterés parece no es posible al hombre viador, por la sencilla razón de que nunca llega a estar del todo poseído por la fuerza de la caridad en el sentido teológico de la palabra. Por eso el cristianismo ha de soportar una inevitable carga de tendencia soteriológica, de antropocentrismo en la medida en que el hombre cristiano nunca deja de mirar su propio bien (su utilidad, su provecho, su salvación) incluso cuando dice amar a Dios sobre todas las cosas. Por eso y porque Dios quiere manifestar su gloria glorificando al hombre (quiere amarse a sí propio en otros, según Escoto) la dimensión soteriológica es inevitable; Dios es, por definición, Glorificador del hombre. Lo defectuoso llega cuando la teología cristiana, bajo el in– flujo del residuo pagano que hay en cada creyente, progresivamente exalta la dimensión soteriológica y deja al margen y en insuficiente luz la dimensión teocéntrica. Con ello crece la propensión antropocén– trica hasta hacerse absorbente. Este antropocentrismo se percibe en corrientes religiosas intracristianas como la gnosis, el maniqueís– mo, el pelagianismo que, más allá de ser herejías concretas, son actitudes constantes en el encuentro del Mensaje evangélico con el hombre natural. Fue muy agur-fo Feuerbach al señalar cómo el cris– tianismo histórico - luterano sobre todo - adolece de antropocen– trismo secreto. Se trata de ser ahora « honrados para con Dios » y fieles al hombre y reconocerlo como el centro del interés supremo pa– ra el hombre mismo. Como se reconoce continuamente el hombre burgués que se ha formado desde la Eded media y el pos-burgués que lo quiere here– dar, actúa en su vida social bajo el impulso del lucro, del intercam– bio de productos, bajo la ley del interés. Los marxistas no admiten como legitimable ninguna praxis humana cuando no responda alguna necesidad sentida por el hombre. También se dice que toda empresa
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