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Contribución de la teología franciscana 743 Dentro de este idealismo-espiritualismo entraba la desvalorización de esta vida terrenal como valle de lágrimas y destierro. La aten– ción del amor fraterno se centraba en ayudar a los hermanos y a sí propio a conseguir la vida verdadera, la vida celeste. Si la caridad tenía una función «política», por hablar el lenguaje de ahora, esta consistía en preparar a los hombres para ser dignos ciudadanos de la Ciudad celeste de Dios. La exaltación idealista-espiritualista de la grandeza del alma, de inteligencia, de su libertad hacía que no se apreciasen suficien– temente los condicionamientos concretos que, en el estado de viador, en su condición histórica y evolutiva, se le imponen al hombre. En pleno siglo XIII un hombre perteneciente a la élite de la cultura y de la sociedad Inocencio III describe con dramatismo y morosidad las miserias de la vida, pero era más bien para que el lector las aguante con resignación y estoicismo, pensando en su alma y en la vida ce– leste, no para tratar de remediarlas aquí y ahora. Eran motivos ideo– lógicos, una concreta antropología filosófico-teológico las que im– pedían inquietarse por una praxis de la caridad fraterna más vertida hacia las necesidades del hombre en su condición corpórea y terrenal. Pueden mencionarse todavía otras preconcepciones colaterales: el individualismo y falta de desarrollo de las organizaciones comu– nitarias; un insuficiente desarrollo de las ciencias de la naturaleza y de las aplicaciones técnicas de las mismas daba por resultado el escaso dominio sobre la naturaleza para poder someterla a procesos de producción más intensos. Esto creaba la sensación de impotencia práctica para superar las miserias de la vida: hambres, enfermeda– des, defectuosas organizaciones del trabajo y en la distribución de los bienes. Cierto, no hay que cometer el anacronismo de pedir a los hombres de siglos pasados comportamientos que sólo un progreso lento de siglos ha hecho posibles: y todavía con las deficiencias que conocemos. Pero la situación era realmente la que hemos aludido. En cualquier caso, atendiendo a las « señales de los tiempos» la praxis de la fraternidad humana debe experimentar un vuelco y corrección de ruta que le lleve hacia el hombre en su condición corpórea, en su existir terrenal y caduco, en su inmersión en los avatares del acontecer histórico. Sin perder, en ningún caso, la prin– cipalidad, a nivel cualitativo y de jerarquía de valores, de la ref,e– rencia a Dios, al destino escatológico, a la dignidad y mayor valiosi-

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