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No quedaría delineada perfectamente la problemática de la verdad me– tafísica sin hacer referencia al otro polo en la interpretación de la verdad: la inteligencia humana. Dado que el mundo sea obra del supremo artista se impone a nuestro espíritu una pregunta ulterior: ¿Puede la inteligencia hu– mana captar la íntima belleza de este cuadro creacíonal e interpretarlo recta– mente? ¿O nos hallamos ante él como el bruto de mirada estúpida ante la pintura inmortal de un artista? Leibniz aborda este segundo problema y lo resuelve de un modo trans– parente al escribir en su Discurso de Metafísica: « Nuestra alma es cierta expresión, imitación o imagen de la esencia, pensamiento y voluntad divinas y de todas las ideas comprendidas en ellas ». Y en otro pasaje inmediato añade: « Los espíritus están hechos a su imagen, y casi son de su raza o como hijos de su casa... Un sólo espíritu vale todo un mundo, puesto que no sólo lo expresa, sino que lo conoce, y se gobierna en él a la manera ,de Dios » 13 • Con estas palabras, tan humanas y tan metafísicas, el gran sabio siente toda la grandeza del espíritu humano, el más fiel reflejo de la divinidad en toda la creación. Por lo mismo, si el espíritu humano es una imagen y un reflejo de Dios, nada de maravillar que tenga capacidad para comprender las obras de Dios, encarnación de las ideas divinas. De esta capacidad, añade ahora Leibniz, brota la fuente más pura de placer para el hombre. Con frases lapidaria escribe: « Voluptas enim intelligentis nihil aliud est quam perceptio pulcritudinis, ordinis, perfectionis ». Y en sentido negativo: « Itaque cum nobis aliqua displicet in serie rerum, id oritur ex defectu intellectionis » 14 • Esta capacidad de la mente humana para captar la armonía cósmica viene reforzada desde otra perspectiva en la que Leibniz empalma con el pensamiento bíblico, reforzado por una gran tradición cristiana. Leibniz re– cuerda que la Sabiduría de Dios, cuya actuación describen morosamente los libros sapienciales de la Biblia, es el sol y la luz de las almas. Y cita el pasaje del prólogo de San Juan, comentado incontables veces por los meta– físicos cristianos: « Dios es el sol y la luz de las almas, lumen illuminans omnem hominem venientem in hunc mundum » 15 • Con no mucho sentido histórico vincula Leibniz esta iluminación divina con la teoría del entendi– miento agente, malentendida, dice, por Averroes. No le queremos seguir por este excursus histórico que las investigaciones actuales no refrendan. Tampoco percibe Leibniz los matices diferenciales por los que se distinguen los grandes doctores escolásticos. Pero esto mismo le facilita el acercamiento a los mismos. La estima que hace de ellos bien lo dicen estas palabras: « Videbam summos vitos, D. Thomam et S. Bonaven– turam... non paucas dedisse primae philosophiae propositiones admirandae subtilitatis, quae severissime demostrari possent » 16 • 13 Die phi!, Schr..., t. IV, p. 453, n. 28 y p. 461, n. 36. 14 Die phi!, Schr..., t. VII, p. 290, n. 18 y 19. 1s Die phi!. Schr..., t. IV, p. 453, n. 28. 16 Die phi!, Schr..., t. VII, p. 323. 589

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