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divino se contiene « le detail des Idées ». Pues es este tema de las ideas el que nos va a introducir en la doctrina leibniziana del verum metaphysicum. En dos frentes tiene que luchar este gran pensador para defender su doc– trina: contra el empirismo inglés, defendido por Th. Hobbes y en los mismos días de Leibniz por J. Locke y contra el voluntarismo de Descartes. Los primeros defendían el carácter arbitrario de la verdad, siempre a merced de las impresiones sensibles. El segundo hace depender el valor de las verdades eternas de la voluntad divina. Contra los primeros defiende el valor perenne de la verdad que no se puede fundar en los meros datos empíricos. Contra el segundo escribe en su Monadología que el entendimiento divino es la región de las verdades eternas o de las ideas de que ellas dependen y sin él no habría nada real en las posibilidades» 10 • En un pasaje paralelo del Discurso de Metafísica contempla estas ver– dades encarnadas en los seres creados y afirma que « toda sustancia tiene impreso en cierto modo el sello de la sabiduría infinita y de la omnipotencia de Dios, y le imita en cuanto es posible» 11 • La armonía cósmica aparece en este momento como un mundo de luz cuya antorcha central es la Sabiduría de Dios. Con expresión brillante escribe Leibniz en su Monadología que las creaturas son « fulgurations continuelles de la Divinité » 12 • ¿ Puede decirse algo más profundo y al mismo tiempo más bello de lo que tradicionalmente se entendió por verdad metafísica? Qué lejos nos hallamos aquí de la desviación suareziana que opta porque las esencias tienen inteligibilidad en sí mismas. Para Leibniz toda la razón de inteligibili– dad que se halla en las cosas proviene del foco eterno de luz increada, refle– jada esta en todas y en cada una de las creaturas. Tanto en su realidad sin– gular como en su totalidad, es decir, como síntesis cósmica, el mundo no es nunca un caos, algo que lleve en sí una mínima porción de absurdo. La inteligibilidad preside toda la gran obra de Dios. Y esta inteligibilidad no es más que la expresión abstracta y metafísica de esa armonía cósmica que tantos espíritus gigantes han admirado. Para Leibniz todo ser es un efecto y reflejo de la sabiduría divina que, como supremo artista, ha dispuesto con su voluntad omnipotente dar existencia a lo que es en todo caso lo más perfecto. Asoma aquí el optimismo leibniziano. El principio de razón sufi– ciente, en una aplicación desorbitada, condujo a este noble espíritu a pensar que Dios actúa siempre de la manera más plena. Pese a esta exageración optimista, no implicada en las exigencias de la verad metafísica, la concep– ción leibniziana significa una vuelta al genuino concepto del verum transcen– dentale, piedra angular que desechará toda la gran metafísica posterior a Leibniz, hasta nuestros días. 10 Die phil, Sobr..., t. VI, p. 614, n. 43. 11 Die phil, Schr..., t. IV, p. 434, n. 9. El filósofo español J. MARIAS ha dado una versión y comentario al Discurso de Metafísica, Madrid (s.a.) Ambas traducciones hemos utilizado en nuestro estudio. 12 Die phil, Schr..., t. VI, p. 614, n. 47. 588

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