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ser le gusta vivir en penumbra. Pero ¿qué garantía tiene la inteligencia de que lo desvelará? Frente a estas afirmaciones heideggerianas gratuítas y que dejan al ser sin fundamento, nos parece que el Schritt zurück ha de consistir en una vuelta decidida al pensamiento de Santo Tomás. Este puede enriquecerse con los sutiles y profundos análisis heideggerianos. Pero sería lamentable perder la trayectoria metafísica tomista, ilusionados por la freseología suges– tiva pero invidente de Heidegger. Lo invidente de Heidegger ya lo había puesto en plena luz el Aquinate con su doctrina de la verdad metafísica. En efecto: a lo largo de nuestro estudio hemos podido ver cómo la metafísica ha ido alejándose de la línea clásica que se remansa en Santo To– más. Duro golpe recibió ésta con la hipótesis suareziana de la inteligibilidad de la esencia por sí misma. Todavía vuelve Leibniz por los fueros de la verdad metafísica, aunque lamentablemente asocie a esta verdad gratuitas afirmaciones innatistas y aprioristas. La revolución de Suárez se trueca en revolución copernicana en Kant. Después de esta revolución la metafísica se centra en torno al hombre y Dios queda en penumbra y en lontananza: como hipótesis ideal en la Dia– léctica Trascendental de la Crítica de la Razón Pura y como exigencia ética en la Crítica de la Razón Práctica. Este antropocentrismo gnoseológico kan– tiano da un paso más en Heidegger al trasformarse en metafísica de la fini– tud. Con ello, quiérase o no, el nihilismo prolonga su gesto torvo e inquie– tante. Pero aún al margen de toda amenaza hay que afirmar que la metafísica heideggeriana es inconsistente para una mente con exigencias radicales. Ahora bien; estas exigencias parecen íntegramente complidas en la me– tafísica tomista. Por ello juzgamos que el paso atrás que pide Heidegger no debe consistir en una vuelta a los presocráticos, sino una vuelta a la lumi– nosa metafísica tomista. En la vuelta a los presocráticos, ¿no se esconde, por otra parte, un panteísmo más o menos larvado? Necesitamos de nuevo una metafísica de la luz. Y esta metafísica de ]a luz, a la altura del siglo XX, tiene uno de sus focos en la metafísica to– mista. Toda la realidad, desde la increada que es la esencia divina, pura inte– ligibilidad, y la creada, imagen y reflejo de la primera esencia, se halla tras– pasada por efluvios de luz. Esta luz, inserta en el ser, es quien posibilita la presencia y patencia de éste ante la mente humana. Atenazados en un mundo que parece amar el caos y el absurdo y que de modo más o menos consciente va preparando su autodestrucción, vol– vemos con placidez y gran esperanza la mirada hacia ese otro mundo en el que cada creatura ha sido definida por el Aquinate « expressio et similitudo Increatae Veritatis ». 608 Es esta visión metafísica uno de los eternos mensajes del tomismo. ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA Universidad Pontificia Salamanca

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