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de dicha autonomía la naturaleza no dice relación alguna a ninguna clase de paradigmas extraños a la misma. Es ella la única causa eficiente, formal y final de todos los procesos llamados naturales. Por otra parte, Aristóteles ignora radicalmente la causa ejemplar, presente en la metafísica platónica 38 • Cuán distante se halla de esta visión aristotélica Santo Tomás lo hace patente el texto citado. Para el Aquinate tanto los productos del arte como los de la naturaleza dicen siempre relación a una inteligencia, en la que se hallan las causas ejemplares de tales productos. Con esto de particular; que los productos del arte dicen relación a la inteligencia humana. Mientras que los de la naturaleza tienen su paradigma en la inteligencia divina. En toda esencia real concreta se halla, por lo mismo, inviscerada una idea que es la razón última de la inteligibilidad de dicha esencia. Tal esencia concreta no es nunca un caos o un sinsentido. Es siempre orden, armonía, cosmos. Si ante el afamado cuadro de arte el crítico es capaz de explicar la admirable contextura armónica de la obra, también nosotros debiéramos ser capaces de admirar el gran cuadro de la naturaleza con mentalidad y preocu– pación de críticos de arte. Entonces advertiríamos los rasgos admirables de la gran obra de Dios. En verso atrevido, de subido tono barroco, Calderón percibe un vislumbre de este misterio natural al decirnos que Dios dejó escritas su gloria y su majestad: « con t1'es 1'englones de luz - en el papel de los cielos». Los cielos son el papel donde Dios escribe. Y la tinta que utiliza es la luz inmaculada de los mismos. Metáforas audaces que nos dejan entrever c6mo el genio cristiano ha vivido este misterio natural. Es posible que estas reflexiones, tan alejadas hoy de la mentalidad neo– positivista con sus criterios de verificación, falsación y afines, motiven en tales ambientes cierta hilaridad. La misma hilaridad desdeñosa de que es objeto hoy la metafísica. A este ataque respondemos que estas reflexiones sólo tienen sentido en la línea de la gran metafísica clásica. Advertimos igualmente que las meditaciones de Heidegger sobre la significación del arte en un análisis :filosófico es un nuevo aviso para no abandonar este camino, señalado por la metafísica tomista. Si este camino tiene largo historial, ofrece igualmente grandes panoramas para el futuro. Es cierto que Heidegger pide al arte lo imposible al exigirle que desvele el misterio del ser. Pero este conato señala, al menos, la importancia del tema frente a la desdeñosa actitud positivista. Volviendo a nuestro comentario del texto citado, comprendemos desde esta metafísica tomista la definición que el Aquinate nos da de la creatura en la Summa contra Gentiles: « Omnes C1'eatu1'ae nihil alittd sunt quam realis 38 Cf. A. MANSION, Introduction a la Physique aristotélicienne, 2 éd.., Paris, 1946. En nuestro estudio, Physis-Diathéke. Naturaleza e historia en el pensamiento bíblico y aristotélico (en Naturaleza y Gracia, 18, 1971, 343-365) hemos intentado demonstrar que en este concepto de naturaleza plenamente autosuficiente se halla la raíz de la diferencia radical entre el naturalismo aristotélico y el providencialismo bíblico. 603
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