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zu Kant. Pensamos que es necesario ahora volver más atrás. Necesitamos empalmar con la tradición metafísica que se remansa en Tomás de Aquino. Su doctrina de la verdad metafísica es luz en esta noche del nihilismo. Es la gran lección magistral que tenemos necesidad de oir y de aprender en este momento histórico. IV. RETORNO A SANTO TOMÁS. Ante la tragedia del nihilismo alguien podría preguntar si la filosofía del siglo XX no presenta a la vista del espíritu otros caminos más iluminados y esperanzadores. Respondemos que los hay. Pero no entra en nuestro pro– pósito estudiar ahora estos caminos, sino mostrar que el Doctor Angélico señaló la ruta que nunca debió ser abandonada en lo que tiene de más significativa. Esta ruta mental esta dotada de una firme pavimentación en el concepto de verdad ontológica. Este tema de la filosofía de Santo Tomás es sobrado conocido. De esto conocido queremos ahora partir para tomar conciencia de la rica fecundidad de esta doctrina, capaz de aclarar los graves problemas de nuestra hora, puestos al descubierto por el nihilismo hacia el que camina nuestra civili– zación. El pensamiento del Aquinate halló la fundamentación eterna de la metafísica. Es a esta metafísica a la que hay que volver. Como preámbulo para mostrar la exigencia de esta vuelta, nos parece necesario sintetizar la doctrina tomista sobre la verdad ontológica. En una visión histórica del problema pudiera afirmarse que el punto de arranque se halla en la trasposición que hace Aristóteles del pensamiento de Platón. Este señala como centro de su perspectiva a la Idea. Aquel se atiene en el punto de partida al sujeto singular. Ve en este sujeto singular el centro de referencia de toda predicación atributiva. Aristóteles llamó a este sujeto singular « to upokeimenon ». Este sujeto concreto y singular es lo que verdaderamente existe. Este punto de partida, que parece preanunciar perspectivas existencia– listas, no se mantiene en la metafísica de Aristóteles. En un segundo mo– mento el platonismo toma el desquite en Aristóteles al afirmar éste que lo inteligible en el sujeto singular no es lo que tiene de singular sino lo que tiene de universal. Con ello irrumpe en el aristotelismo la filosofía de la idea platónica. Aristóteles llamará a esta idea ousia y los escolásticos, essentia y también substantia. Santo Tomás recoge este legado metafísico. Pero mientras Aristóteles se mantiene en el plano de la esencia, Santo Tomás declara que es el esse la suprema perfección de lo real y la raíz de la inteligibilidad del mismo. Al contraponer la essentia y el esse, Santo Tomás introduce, como clave da su sistema, una distinción que Aristóteles no pudo entrever: la distinción real de « essentia et esse ». Ante esta distinción E. Gilson formula este juicio, de gran valor para la historia de la metafísica: Mientras Santo Tomás se mueve en el plano 600

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