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Creemos que entre las propos1c10nes admirables de estos dos grandes doctores se hallan su doctrina sobre la verdad metafísica y sobre la capacidad que tiene el alma humana, como imagen de Dios, para captarla. Discrepan estos dos grandes pensadores en la interpretación última de la iluminación que recibe de Dios la mente. Pero ambos defienden el ejemplarismo y el ilu– minismo consiguiente, que viene a ser un bien común filosófico que condivi– den. Leibniz está en su línea y es el último gran metafísico que hace suya esta doctrina. En una precisión histórica debemos añadir que si el optimismo cósmico de Leibniz lo juzgamos sin conexión con la teoría sobre el verum metaphy– sicum, ahora tenemos que anotar igualmente que el innatismo que acompaña a la teoría leibniziana del conocimiento tampoco es una exigencia necesaria de la capacidad del hombre para captar la íntima estructura de los seres. El racionalismo llevó a Leibniz a ciertos apriorismos que le alejan de la metafí– sica clásica y que motivaron muy luego objeciones insolubles. Esto nos habla del ineludible deber que tiene el historiador filósofo de depurar las aportadiones de la historia. Pese a sus deficiencias, Leibniz es un caso ejemplar en el tema de esta investigación. Su concepción de la verdad metafísica y de la actitud de la mente para captarla nos parecen un último destello antes de que el hombre moderno entre de lleno en la vía antro– pocéntrica, camino del agujero negro, del nihilismo, a que ha llegado el pen– samiento de hoy. Por ello, interesa tanto recoger este último destello para sentir con más hondura la famosa revolución copernicana de Kant que señala la fatídica curva del pensar filosófico que llega a nuestros días. Si la filosofía de Leibniz es discutible en muchos puntos, en el tema de la verdad metafísica, recoge una tradición de la que lamentablemente fue el último gran exponente» 17 • II. LA INFLEXIÓN ANTROPOLÓGICA DE KANT. El fallo de la filosofía de Leibniz, más que en su optimismo y armonía preestablecida, las dos tesis más reídas en la época de la ilustración, consiste en su empeño por reducir toda clase de verdades a las proposiciones analí– ticas. Aún las referentes a los hechos más contingentes. Tales verdades, v.g., la muerte de César en los idus de marzo, si son contingentes respecto de la inteligencia humana, no lo son en modo alguno para el entendimiento divino que conoce todos los motivos determinantes del obrar del hombre. Este actúa en todo momento según el principio de razón suficiente. Este 11 Sobre el problema de la verdad ontológica en Leibniz cf. GoTTFRIED MARTIN, Leibniz, Logique et metaphysique, trad. franc., París, 1966. H. HEIMSOETH, Die Methoden der Erkenntnis bei Descartes und Leibniz. Giessen, 1912; Y. BELAVAL, La doctrine de l'essence chez Hegel et Leibniz, en Arch. de Phil., 33 (1970), 547-578; J. MoREAU, Leibniz et la pensée phénoménologique, en Arch. de Ph., 32 (1969), 230-243. 590

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