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460 JULIO MICÓ anteriormente que el contexto de este fragmento de la Carta es la Regla de san Benito, no se puede negar una alteración en el enunciado, pues san Benito dice: «Consideremos, pues, de qué manera hemos de asistir ante la presencia de la Divinidad y de sus ángeles, y estemos en la salmodia de tal modo que nuestra mente concuerde con nuestros labios». 191 Indudablemente, no se puede admitir que Francisco lo hiciera de forma intencionada como contraposición a la Regla de san Benito, pues además de ser complementarios, según un texto de Adam Scoto a principios del siglo xm, tiene idéntico fin: el mismo Dios. La diferencia radica en el modo de llegar hasta Él; mientras en san Benito es la Palabra el centro de atención, en Francis– co es la contemplación de esa misma Palabra, sin el ambiguo ropaje del canto, la que debe centrar la atención del hermano. 192 Celano dibuja en su Vida segunda la devoción con que rezaba el Santo: «En el rezo de las horas canónicas era temeroso de Dios a par de devoto. Aun cuando padecía de los ojos, del estómago, del bazo y del hígado, no se apoyaba en muro o pared durante el rezo de los salmos, sino que decía las horas siempre de pie, la cabeza descubierta, la vista recogida y sin languideces. Si cuando iba por el mundo caminaba a pie, se detenía siempre para rezar sus horas; y si a caballo, se apeaba. Un día volvía de Roma; no cesaba de llover; se apeó del caballo para rezar el oficio; pero, como se detuvo mucho, quedó del todo empapado en agua. Pues decía a veces: «Si el cuerpo toma tranquila– mente su alimento, que más tarde, a una con él, se convertirá en pasto de gusanos, con cuánta paz y calma debe tomar el alma su alimento que es su Dios» (2 Cel 96). Si nos hemos extendido un poco más en el comentario de esta fragmento sobre el oficio divino, es por la importancia que le da Francisco dentro de la estructura de la «forma de vida» de la Fraternidad. La alabanza litúrgica es la respuesta que dan los hermanos, como Iglesia, al don de Jesús ofrecido por el Padre. Si el Señor es el único que les concedió «hacer penitencia», de modo que pudieran seguir sus huellas hasta llegar al Padre, la única preocupación de la Fraternidad y su razón de ser es la alabanza de Dios. El ayuno En una vida penitencial, como era la de los Hermanos Menores, no podían faltar las prescripciones referentes al ayuno. Francisco participaba también de 191 Regla de san Benito, 19, 6 s., 113 s. 192 Cf. O. ScHMUCKI, «La "Carta a toda la Orden"», 257 ss.

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