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EL CARISMA FRANCISCANO DE ASÍS 471 paz comunal tan deteriorada por los efectos de la guerra. En forma alegórica habla Celano de la «expulsión de los demonios de la discordia» en Arezzo (2 Cel 108). Igualmente, en Perusa, alerta a los caballeros sobre su sedición popular, recordándoles la concordia (2 Cel 37). También el episodio del lobo de Gubio traído por «Actus beati Francisci» podría referirse a la reconciliación entre el Común y cierto noble opresor del pueblo. 218 Pero donde más inciden– cia tuvo Francisco en su afán de pacificar la sociedad fue en el hecho de reconciliar al obispo Guido II y al podestá de Asís, Opórtolo, componiendo para tal caso una de las estrofas del Cántico de las criaturas. 219 d) Libertad en el comer La sucesión lógica, una vez se ha entrado en una casa y se ha saludado deseando la paz, es la disposición referente a la comida. Ya hemos visto antes la radicalidad con que tomaban las Órdenes religiosas los ayunos y abstinen– cias. Pero un Movimiento como el Franciscano, lanzado por los caminos del mundo y a merced de la caridad pública, no podía preveer ni exigir el tipo de comida que debían darles; de ahí que pudieran seguir, también en esto, lo normado en la misión de los apóstoles. Esta norma evangélica que, en principio, es aplicable de un modo general, se suele limitar a la posibilidad de tomar cualquier clase de alimento fuera de los días de ayuno prescritos por la Regla y la Iglesia; es decir, que así como Francisco evolucionó respecto a los ayunos, suprimiéndolos poco a poco hasta llegar a los preceptuados en la Regla bulada, con relación a la abstinencia fuera de los días de ayuno conservó siempre el mismo modo de pensar, según se desprende de los hechos (Crónica 12). Indudablemente en el Evangelio de misión no tiene este sentido restrictivo, pero Francisco lo historizó colocándolo dentro del marco penitencial de su tiempo, en el que los ayunos y abstinencias eran elementos indispensables. Sin embargo en la Regla de 1221 rompe estos condicionamientos, dejando en libertad a los hermanos para que, «en caso de necesidad, séales lícito a todos los hermanos, dondequiera que estén, servirse de todos los manjares que pueden comer los hombres, como dice el Señor de David, el cual comió los panes de la ofrenda, que no estaba permitido comer sino a los sacerdotes. Y 218 Flor XXI; N. TAMASSIA, San Francesco d'Assísí e la sua leggenda, Padova e Verona 1906, 203-212; A. Uu, «El lobo de Gubio. ¿Lobo o loba? Una interpretación alegórica», Est. Fran. 80 (1979) 223-242; A. BERGAMASCHI, «San Francisco, Gubio, el lobo y la lucha de clases», Sel Fran 9 (1974) 310-317. 219 EP 101; cf. O. ScHMUCKJ, San Francisco, mensajero de paz, 142 s.
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