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EL CARISMA FRANCISCANO DE ASÍS 467 Los biógrafos -ya lo hemos visto- describen estos principios como una recordación de Francisco a la joven Fraternidad; sin embargo esto no quedaba en simples principios teóricos, sino que en muchos casos tenían que sufrir las consecuencias de haber adoptado tal actitud, pues «aunque los hermanos fueron tratados por este Señor con tanta caridad, otros los consideraban como los más abyectos, y muchos, grandes y pequeños, se mofaban de ellos y los injuriaban y les quitaban a veces las ropas vilísimas que llevaban. Cuando los siervos de Dios quedaban desnudos, porque, según el consejo evangélico, llevaban una sola túnica, no por eso reclamaban lo que les habían quitado. Si algunos, movidos de compasión, se los devolvían, los recibían de buen grado. Algunos les arrojaban barro; otros, poniéndoles dados en las manos, los invitaban a jugar con ellos; y otros, agarrándolos por detrás de la capucha, los llevaban colgando a su espalda. Estas y otras cosas parecidas hacían con ellos, y los consideraban tan despreciables, que los molestaban sin miramiento cuanto querían. Sobre esto, tuvieron que pasar hambre y sed, frío y desnudez y otras indecibles tribulacio– nes y angustias. Y todo lo sobrellevaban con inmutable paciencia, en conformi– dad con la instrucción dada por el bienaventurado Francisco ere 40). b) No vayan a caballo Los principios evangélicos de misión, en un contexto de bienaventuranzas, se explicita ahora en cuatro consejos que deben configurar el comportamiento de los hermanos que van por el mundo: No cabalgar, saludar con la Paz, comer lo que les den y no usar dinero. El primero de ellos, «no ir a caballo», es una historización de la situación marginal de los apóstoles en misión vista por una sociedad de caballeros. Una consecuencia lógica de la opción itinerante era adoptar los medios de transpor– te adecuados a su posición. Una itinerancia llevada en pobreza no sería conse– cuente si se sirviera de los medios propios de la buena sociedad. 207 Por tanto, 207 Entre los monjes existía la costumbre de usar caballos para los viajes con el fin de no verse obligados a mendigar, cosa que ks estaba prohibida por los cánones. La Regla de los Trinitarios tampoco les permitía tener ni usar caballos, sino sólo asnos y en caso de necesidad (MIGNE, PL 214, 445). La Regla de 1221 parece que haga referencia a esta costumbre cuando dice a los frailes que «de ningún modo tenga bestia alguna ni consigo, ni en casa de otro, ni de ningún otro modo,, (1 R 15, 1). Los mismos Dominicos tampoco podían cabalgar ni ir en carruaje. Alberto Magno, siendo provincial y obispo, siempre viajaba a pie, imponiendo frecuentes disciplinas y ayunos a pan y agua a los frailes que habían montado a caballo o en carruaje (SICHART, Albertus Magn11s. Sein Lebcn und Wissenschaft, Regensburg 1857, 86).

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