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464 JULIO MICÓ Además de la abstinencia incluida en los ayunos, existían otros días en que se observaba sola. Algunas Órdenes la prescribían durante todo el año o una gran parte del mismo. 200 Ya vimos cómo Francisco no aceptaba para la Frater– nidad este rigorismo de la abstinencia, en parte porque el medio de adquirir los alimentos era el trabajo y la caridad, y no se podía condicionar la buena voluntad de los donantes, pero también porque el Evangelio estaba por enci– ma de los rígidos programas de abstinencia seguidos por los Grupos pauperísticos con influencias dualistas, como los Cátaros,2 01 las distintas Órde– nes monásticas y los Mendicantes. La actitud liberal de Francisco respecto a los ayunos y abstinencias de la Fraternidad contrasta con la imagen ayunadora que nos dan los biógrafos. Si hemos de creer en san Buenaventura, Francisco «inmola a Cristo su cuerpo en todo tiempo por los rigores del ayuno». Además de las tres cuaresmas que permite la Regla, ayunaba otras tantas en honor de san Pedro y san Pablo, la Asunción y los Ángeles (LM 9, 3). Según la narración ejemplar de Celano, los primeros compañeros de Francisco se castigaban con frecuentes ayunos (1 Cel 40; 2 Cel 21) hasta el punto de que el Santo tuvo que moderar tales exageracio– nes. Sólo en esto discordaban sus enseñanzas y sus prácticas (TC 59; 2 Cel 129). A pesar del dualismo agustiniano que subyace en las prácticas penitencia– les de la Iglesia medieval, Francisco se muestra menos riguroso que las restan– tes Órdenes o grupos eclesiales. Incluso aparecen rasgos de humana y delicada compasión hacia los enfermos, como son el comer con ellos en días de ayuno, pedir carne para que se alimenten, o irse con uno de ellos a una viña para satisfacer su comprensivo capricho de enfermo (2 Cel 175 s.). Francisco no toma el ayuno como un medio maniqueo de justificarse, sino que lo utiliza -y en grandes cantidades, como lo exigía el ambiente- como signo de conversión abierta y disponible a las exigencias y amor de Cristo. El ayuno es, según Francisco, un medio de posponer «nuestro cuerpo con sus vicios y pecados, porque viviendo nosotros carnalmente, quiere el diablo arrebatarnos el amor de nuestro Señor Jesucristo y la vida eterna, y perderse con todos en el infierno» (1 R 22, 5). Esta relativización del ayuno en favor de la conversión es lo que hace del Santo un hombre austero, pero no sombrío. 2 "º Cf. La Regla de san Benito, 39, 11, 136. lnstitutiones Patrum Praemostratensis Ordinis, Distinctio I, c. 10, ed. LEFEBRF, 20. Santo Domingo de Guzmán, 744. Regula Carmelitorum, ed. L\URENT, «La Lettre "Quae Honorem Conditoris" lY octobre 1247», Ephem. Carmd. 2 (1948) 13 s. F. DE PAMPLONA, «Ayunos y abstinencias», 290 ss. 201 Cf. K. EssER, [,¡¡ Orden franciscana, 157.

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