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done no es una excepc10n, sino estilo muy normal en la economía de la sal– vación. «La elección de Israel y su historia muestran que Dios se revela en la pobreza», ha escrito el padre Cangar. Es, sobre todo, vía auténtica de conversión: «Día tras día me buscan y quieren saber mis caminos, como si fueran un pueblo que ama la justicia... ¿Sabéis qué ayuno quiero yo? dice el Señor Yahvé: Romper las ataduras inicuas, dejar ir libres a los oprimidos ... , partir el pan con el ham– briento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante tu hermano. Entonces brillará tu luz como la aurora, y se dejará ver pronto tu salud... Entonces llamarás y Dios te oirá; le invocarás, y El dirá: Aquí me tienes ... » (Is 58, 1-12). l. «Cuando estaba en los pecados» Dado el temperamento de Francis– co, rico como pocos de sensibilidad humana, no debe extrañar el que Celano y los Tres Compañeros nos le presenten desprendido en sumo grado, compasivo y liberal para con los nece– sitados o afligidos. El primer hecho que le acredita de tal es la victoria alcanzada en la prisión de Perusa, a fuerza de delicada cortesía, con el caballero insoportable, condenado por los camaradas de cautiverio al ostra– cismo (2 Cel 4; L 3 Comp. 4). Y anota Celano que, «libre de la prisión, se le vió más inclinado a la piedad para con los indigentes» (2 Cel 5). Por entonces ocurrió el episodio del mendigo despedido sin limosna en un momento de afanosa atención al mostrador en la tienda de paños. Lo refiere Celano en la Vita I, como mera asociac10n retrospectiva, al hablar de la caridad con los leprosos después de la conversión. Y se halla Lo que era pauta de aproximación a Dios para el pueblo escogido lo es mucho más, en la doctrina del Nuevo Testamento, para la entrada de cada redimido en la comunión con Dios. «El que no ama al prójimo a quien ve, ¿ cómo amará a Dios a quien no ve?» (1 Jn 4, 20). Ir al hermano, al hermano pobre en el más amplio sentido de la palabra, es ir a Dios. El camino para ir al Padre es Cristo, el «hijo del hombre», y el camino para encontrar a Cristo es el pobre, como El mismo lo ha afirmado (Mt 25, 31- 46). El pobre es el «sacramento» de la presencia de Cristo en medio de nosotros, en medio de la Iglesia mien– tras dura su peregrinación en el tiempo. asimismo en el Anónimo de Perusa, en los Tres Compañeros y en San Buenaventura sin variantes notables. Al caer en la cuenta Francisco de lo que había hecho, reprochase a sí mismo tamaña descortesía, diciéndose: «Si ese pobre te hubiera pedido algo de parte de un conde o de un barón, a buen seguro le hubieras conten– tado; ¡y no has querido hacerlo a quien venía en nombre del Rey de reyes y Señor de todo!» Desde aquel día propúsose no negar socorro a nadie que se lo pidiera en nombre de Dios (1 Cel 17; L 3 Comp. 3; LM I, 1). ¡Descortesía! En tal grado poseía el sentido de la cabellerosidad -lo sabemos por su vida toda-, que se sintió profundamente rebajado a sus propios ojos por aquella acción. Lo hacen notar las fuentes: «contra su costumbre, pues era 1nuy cortés» (Ce– lano); «comenzó a recriminarse por su gran grosería» (Anón. de Pcrusa, 183
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