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se refiere a los datos, sino qmza aún más en la visión de los mismos. Y esta visión es la de una generación que, si por una parte siente intensa– mente la grandeza de los ideales del Poverello, se halla por otra encarri– lada en una evolución irreversible, que intenta unas veces justificar, otras veces contener, mediante formulacio– nes que llevan paulatinamente a un sistema ascético de familia. Y es este sistema ascético el que viene proyec– tado sobre la vida del fundador en la segunda de Celano, en los Tres Compai'íeros, en el Espejo de Perfec– ción -el título es bien significativo-, en Actus-Fioretti y, en una perspectiva dife:ren.te , también en la Legenda maior de san ·Buenaventura. Dejando aparte aspectos que pue– den interesar a la psicología de la con– versión, y renunciando a la ardua labor de concordar las antiguas fuen– tes biográficas, hallo más acertado leer los relatos en ellas contenidos a partir de· la experiencia personal de san Francisco sobre la táctica seguida por la gracia en su conversión. Y esa experiencia, reflejada un poco en todos sus escritos, hállase plasmada en tér– minos inequívocos al comienzo del Testamento: «De esta forma me con– cedió el Señm- a mí, fray Francisco, dar comienzo a mi vida de peniten– cia: porque, cuando yo estaba en los pecados, se me hacía amarga en extre– mo la vista de los leprosos. Pero el 111.ismo Señor me llevó entre ellos v usé de misericordia con ellos. Y al apartarme de ellos, lo que antes me parncía amargo me fué convertido en dulcedumbre del alma y del cuerpo. Y, pasado algún tiempo, salí del siglo». No se ve claro si la locución «al apartarme de ellos» -recedente me ab 182 ipsis- se refiere a los leprosos o a los pecados. En el contexto parece más probable lo segundo, es decir: Francisco ve en la transformación experimentada -lo amargo en dulce– un efecto de la liberación de los peca– dos, que antes le impedían una apre– ciación recta y un gusto cabal de las cosas. Es lo que había expresado ya en su carta a todos los fieles. «Todos aquellos que no viven en penitencia..., antes se entregan a los vicios y peca– dos, y van tras su concupiscencia y malos deseos ... , son ciegos, porque no ven la verdadera luz, que es Jesu– cristo nuestro Señor. Y éstos no tie– nen la sabiduría del espíritu... Mirad, vosotros, ciegos ... , que es dulce come– ter pecado y amargo servir a Dios». Los biógrafos modernos no han de– jado de notar la importancia de la aproximación progresiva del joven Francisco a los pobres en el proceso de su conversión; pero ninguno, que yo sepa, ha puesto de relieve el papel de esos hechos en cuanto respuesta a una revelación cada vez más clara, cada vez más apremiante, del Salva– dor, y en cuanto descubrimiento del ideal de la «pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo», que llega– ría a ser el centro de su vida según el Evangelio. En san Pablo el « Yo soy Jesús a quien tú persigues» fue un rompiente de luz insospechada que vivificaría toda su visión teológica del misterio de Cristo presente en sus miembros los fieles; así también para Francisco el hecho de haber llegado al encuentro con el Cristo a través del pobre, sobre todo a través del leproso, iluminaría su concepción total de la Encarnación y del seguimiento del «Cristo pobre y crucificado». La trayectoria seguida por la gracia en el caso del hijo de Pedro Bernar-

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