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maceraciones y vivencias místicas, sen– tíase aún con arrestos de conversión y añoraba el primer sabor de su dona– ción juvenil a los necesitados: «Pen– saba siempre en nuevos arranques de mayor perfección... , en acometer nue- vas empresas al servicio de Cristo ... Anhelaba ardorosamente volver a la humildad de los comienzos ... Quería volver otra vez al servicio de los le– prosos y verse despreciado como en otro tiempo ... » (1 Cel 103). 3. «La pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo» El ideal de pobreza evangélica no se le descubrió a Francisco en la fiesta de san Matías de 1209. Antes que en el Evangelio, había encontrado ya a Cristo en el hermano que sufre. En el telefilm Francesco di Assisi, pro– yectado dos veces por Televisión Ita– liana en 1966 y 1967, Liliana Cavani se ha servido de un recurso muy acer– tado para sensibilizar ese descubri– miento progresivo del rostro del Cristo en el pobre: cada vez que Francisco da un paso más en su afán de frater– nizar con los necesitados, al volver a su crucifijo de San Damián tea en mano, se le muestran más claros los rasgos del rostro del Salvador. Y ese Cristo, pobre y paciente, no es una creación teológica ni un mero cauce del culto o de la piedad, sino una existencia real, como la de cualquier hombre que padece necesidad o humi– llación; pero es el Hijo del Dios Al– tísimo, «tan digno, tan santo y glo– rioso ... , que tomó... la verdadera carne de nuestra humanidad y fragi– lidad y que, siendo rico sobre todas las cosas, quiso no obstante escoger la pobreza» (Carta a los Fieles). El mismo Evangelio no es primariamente para Francisco una doctrina; es una vida, la del Cristo pobre; es un men– saje, el que El trae a los pobres. Y esta pobreza captada en el Evangelio no es un sistema de vida ascética, como el que ya estaba acuñado por el monaquisco tradicional, ni un progra– ma de reforma de la Iglesia, ni siquie- ra un medio de testimonio. La po– breza de Francisco es fruto de un amor. Como para Jesús, la pobreza es esa vida pobre que yo tengo delante: el mendigo que tiende la mano, el trabajador mal retribuido, el enfermo, el incomprendido, el angustiado, el degenerado... Francisco no daría nunca una defi– nición teórica de su ideal de pobreza; no era hombre de definiciones. Para cuantos le pedían una formulación de ese ideal tendría siempre su res– puesta precisa, suficientemente clara para él: «La pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo». Pobreza sola no daba el contenido completo; su expresión usual, intencionada, era: «pobreza y humildad» (1 R 9; 2 R 6 y 12; Saludo a las Virt.). Hoy, a la luz de la teología paulina, damos a ese misterio de pobreza-humildad en la Encarnación el término de kenosis. La fe de Francisco siguió vivifi– cada toda la vida por la primera expe– riencia del «sacramento» del Cristo presente en el necesitado: «Cuanto hallaba de deficiencia o de penuria en cualquiera que fuese, lo refería a Cristo con rapidez y espontaneidad. De este modo veía en todos los pobres al Hijo de la Señora pobre... Cuando ves un pobre -decía a sus herma– nos-, tienes delante un espejo donde ver al Señor y a su Madre pobre. Y asimismo en los enfermos debes con– siderar las enfermedades que El tomó por nosotros» (2 Cel 83 y 85). 189

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