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d) La predicación franciscana según la Regla Jacobo de Vitry llama a la frater– nidad de los Menores: «religio paupe– rum Crucifixi et Ordo praeclicatorwn» (Historia orientalis II, 32; en Boeh– mer: Analekten ... p. 69), religión de los pobres del Crucificado y Orden ele los predicadores. Si bien esta desig– nación quedó como exclusiva de los dominicos, la predicación fue, ya des– de el principio, algo esencial en el apostolado franciscano. Hemos dicho cómo San Francisco se dio a predicar inmediatamente después de haber des– cubierto definitivamente su vocación. Más que una predicación, era un anuncio sencillo y gozoso, lleno de sinceridad y fervor, del mensaje de penitencia, como una comunicación de la propia experiencia de Dios, de su amor, de su perdón, del misterio de Cristo ... , hecha en lenguaje vulgar, sin aparato retórico, en diálogo direc– to. Era la predicación llamada peni– tencial, a la cual cada cristiano podía sentirse llamado por la participación en el profetismo de la Iglesia, a dife– rencia de la predicación doctrinal, re– servada a los teólogos y predicadores cualificados. Es la forma de predicación que Inocencia III autorizó a Francisco y a sus primeros compañeros cuando aprobó la forma de vida: «Id en el nombre del Señor y predicad al mun– do la penitencia como el Señor se dignará inspiraros» (1 Cel 33). A esta «divina inspiración» se confiaba el Santo cuando predicaba. A aquella primera época de predi– cación sencilla y popular debe de per– tener el modelo de lauda -género de composición poética- inserto en la primera Regla, cap. 21: « Esta o pare– cida exhortación y lauda pueden anun- ciar todos mis hermanos, siempre que les agrade, ante cualquier clase de hombres con la bendición de Dios: Temed y honrad, alabad y bendecid, dad gracias y adorad al Señor Dios omnipotente en Trinidad y Unidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas. Haced penitencia... Dad y os será dado. Perdonad, y seréis perdonados... Confesad todos vuestros pecados; dichosos los que mueren en penitencia, porque estarán en el reino de los cielos. Ay de aque– llos que no mueren en penitencia... Guardaos y absteneos de todo mal y perseverad en el bien hasta el fin». Conforme a este esquema fue es– crita la Carta del Santo a todos los fieles. Es importante esa manera de comenzar el sermón invitando a los oyentes a alabar a Dios, elevándolos al gozo de la paternidad divina, de los beneficios recibidos de Dios, para des– pués descender a la realidad del pe– cado, a los deberes cristianos ... , y terminar hablando de la vida futura. También el capítulo 23 de la Regla primera puede ser considerado como un modelo de lauda descendente, un mensaje alegre y humilde de los Her– manos Menores a todo el pueblo de Dios, a todos los hombres. Cuando la fraternidad creció en número y extensión, disminuyó aquella espontaneidad, y fue necesaria una facultad especial del ministro. En la Regla primera todavía los requisitos se hallan expresados en términos vagos: «Ninguno de los hermanos pre– dique contra la forma y la institución de la Iglesia y si no ha obtenido el permiso de su ministro. Pero los mi– nistros se guardarán de conceder sin discreción semejante permiso» (c. 17). 33
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