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las palabras que muestran el bien sin ponerlo en práctica, sino en las obras de santidad» (1 Cel 93). . Es la vida misma lo que debe pre– dicar. El apostolado de la palabra no está en manos de todos, pero nadie puede excusarse de ofrecer a los hom– bres el testimonio de la vida evangé– lica: «Todos los hermanos prediquen con las obras» (1 R 17). Para San Francisco, con todo, no se trata solamente del ejemplo de una vida de retiro y de observancia; son las virtudes cristianas en acción las que deben hablar por sí mismas cuando los hermanos van por el mun– do alternando con los hombres. En la Regla bulada está expresado con fuer– za este apostolado: «Yo aconsejo, amonesto y exhorto en el Señor J csu– cristo a mis hermanos que, cuando van por el mundo, no litiguen ni con– tiendan con palabras, ni fuzgu'.en a los demás, sino que han de ser benignos, pacíficos y modestos, mansos y humil– des, hablando honestamente a todos, como conviene» (2 R 3). «Atiendan que deben tener humildad y paciencia en las persecuciones y enfermedades, y amar a los que los persiguen, re– prenden y acusan ... » (2 R 10). Mensajeros de amor y de paz, los Hermanos Menores deben hacer del saludo evangélico como la expresión de una entera vocación: «En cualquier casa donde entraren, digan primera– mente: ¡Paz en esta casa!» (2 R 3). Francisco, una vez que descubrió en el Evangelio de la misión de los Apóstoles la vocación definitiva, dice Celano, «iniciaba siempre sus sermo– nes anunciando la paz con el saludo: El Sefíor os dé la paz. Esta paz la 32 anunciaba él siempre con devoción a todos, hombres y mujeres, a cuantos encontraba o se cruzaban con él en los caminos» (1 Ccl 23). Y el biógrafo añade que los primeros compañeros, al sentir a Francisco, «abrazaron la mis– ma misión de paz» (1 Cel 24). Efecti– vamente, e! saludo de paz se halla entre aquellos elementos de la voca– ción evangélica que Francisco afirma en el Testamento haberle sido revela– dos por Dios (Testam. 6). Cuando el joven Fundador env10 por primera vez a los componentes del grupo inicial, les dijo: «Id, carísi– mos míos, de dos en dos recorriendo las diversas partes del mundo, anun– ciando a los hombres la paz y la pe– nitencia... Responded humildemente cuando se os interrogue, bendecid si sois perseguidos, dad las gracias cuando seáis injuriados y calumnia– dos ... » (1 Cel 29). Entre las recomendaciones que daba a los hermanos con ocasión de los capítulos de la fraternidad, una era ésta, según los Tres Compañeros: «Los Hermanos Menores deben vivir entre los pueblos de tal manera que todos aquellos que los oyen o los ven sean movidos a dar gloria al Padre del cielo y a alabarlo devotamente. -Todo su afán era, en efecto, ser él y sus hermanos ricos de obras que re– dundaran en honor del Señor. Les solía decir: Esta paz que anuncia vuestra boca ha de estar antes que nada en vuestros corazones. No habéis de ser para nadie ocasión de cólera o de escándalo; más bien vuestra dul– zura ha de atraer a todos los hombres a la paz, a la bondad, a la concordia» (58).

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