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«Apropiarse» un lugar, por lo tanto, es para San Francisco lo mismo que instalarse definitivamente en él, reser– vándolo los hermanos para sí solos. A la luz de este texto paralelo pode– mos entender mejor el sentido del capítulo sexto de la Regla definitiva, siempre dentro de la doctrina, tan profundamente bíblica, del Fundador sobre la «apropiación» y el «exapro– pio» (cfr. L. Iriarte: «Appropriatio» et «expropriatio», en Laurentianum 11 [1970] 3-35). No olvidemos que en 1223, cuando Francisco escribía este capí– tulo, centro y médula de la Regla, la fraternidad todavía no tenía casas ni iglesias, no había superiores locales; los grupos, guiados por ministros y custodios regionales, continuaban an– dado por el mundo sin morada fija. La Regla quiere mantener esta volun– tad de peregrinación, de inseguridad y de disponibilidad: «Los hermanos no se apropien nada, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna; mas como peregrinos y forasteros en este mundo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad, va– yan por la limosna confiadamente» (c. 6). Pero era quizá el último esfuerzo por mantener una condición de vida que ya no era posible en una Orden desarrollada numérica y organizativa– mente. La fraternidad local, con su casa, su iglesia y, por lo tanto, su superior que será llamado «guar– dián», se impondrá como una realidad en los años inmediatos, una realidad a la cual el Fundador no tendrá difi– cultad en adaptar la Regla, como en otros puntos. Lo hizo en el Testa– mento: «Guárdense los hermanos de recibir en manera alguna las iglesias, las habitaciones pobrecitas y todas las demás cosas que sean construidas para ellos, si no fueren según las exi- 30 gencias de la santa pobreza que hemos prometido en la Regla; hospedándose siempre en ellas como peregrinos y forasteros» (Testam. 7). Es lo que nunca debe perder la fraternidad: el sentido de peregrina– ción; y, por lo mismo, por lo que hace a las construcciones y a los me– dios propios de vida y de acción, el sentido de lo provisional. A imitación del Salvador, «que fue pobre y huésped» (1 R 9), los Herma– nos Menores asumen como tarea pro– pia ofrecer al pueblo de Dios el testi– monio profético de ese aspecto social de la vocación de los cristianos, pere– grinos y forasteros (1 Pe 2, 11), ya que no tenemos aquí una ciudad perma– nente, sino que vamos en busca de la futura (Hebr 13, 14). Es el sentido que daba al texto evangélico: Las raposas tienen guari– das y las aves del cielo tienen sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt 8, 20). Por lo tanto, «enseñaba a los suyos a hacer habitaciones pobrecitas, casitas sencillas de madera y no de piedra» (2 Cel 56). He puesto de relieve este elemento del ideal franciscano, tan fuertemente afirmado en las dos Reglas y en el Testamento, porque hoy nos hallamos de nuevo, a mi modo de ver, como tantas veces en los momentos de re– novación de la Orden, bajo el impulso a una leal revisión de todo aquello que puede cerrarle camino hacia una apertura fraterna a los hombres, pre– cisamente porque nos da la impresión de hallarnos demasiado instalados. Es patente la inquietud que cunde a este respecto, y no sólo entre los jóvenes franciscanos. Y muchos se preguntan: ¿ Estamos hoy en condiciones de ofre-
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