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el Seíior a los Apóstoles cuando los envió a predicar» (Expos. super Reg. II, 9). Es muy exacto. Aquella página evangélica inspira cada capítulo de la Regla. Esto se aprecia mejor al leer atentamente la Regla primera. En el texto de la Regla bulada, donde el Fundador tuvo que concentrar y como exprimir su «forma de vida», no apa– rece con tanto vigor la vocación apos– tólica de la fraternidad, si a este tér- mino queremos dar el sentido de com– promiso de evangelización. Por lo tan– to, se hace imprescindible recurrir a los pasajes paralelos de la Regla no bulada. Ella refleja, a causa de su composición progresiva, las experien– cias de la fraternidad en los diez primeros años, en abierta búsqueda de las fórmulas concretas del ideal. Pero se puede afirmar que todos los elementos han pasado, sin atenuacio– nes, a la Regla definitiva. a) Fraternidad peregrinantc, abierta a todos los hombres «Los Hermanos Menores eligieron vivir en medio de los hombres». Así se expresa un cronista de la época, extraño a la Orden (cfr. Lerrnnens: Testimonia minora, en Arch Franc Hist 1 [1908] 76). No fue fácil para San Francisco y sus compañeros hallar la fórmula justa en aquel doble impulso hacia el retiro gustoso en contemplación e intimidad fraterna, de una parte, y hacia la multiplicidad de una vida a nivel de la sociedad normal. Consta que el conflicto asomó más de una vez; y la respuesta que encontraba el Santo, escuchando al espíritu del Señor, era siempre la misma: no vivir para sí sólo, apro– piándose el don de Dios, sino sentirse deudor para con Cristo redentor v obligado a servir, como siervo de t¿– dos, las perfumadas palabras del Se– ñor (Carta a los Fieles; 1 Cel 35, 52; Leg Ant 93; LM 12, 2; Florecillas I, 15). La Orden de los Hermanos Meno– res aparece en las dos Reglas como una fraternidad de peregrinos y foras– teros, que tienen como misión ir por el mundo -ire per mundunz-, con el rostro vuelto hacia la tierra de los vivientes, alegres de tener como única porción bajo el ciclo el tesoro de la pobreza, puesta la confianza en el amor del Padre Dios y en la buena voluntad de los hombres, mansos y pacíficos con todos, viajando como la gente humilde, más aún, alternando con los más pobres y despreciados, comiendo de todos los alimentos que les sean puestos delante, sin causar preocupación a nadie (1 R 3, 9, 11, 14, 15; 2 R 3, 6). San Francisco aducía con frecuen– cia «las leyes de los peregrinos»: albergar bajo techo ajeno, transitar pacíficamente, anhelar por la patria (2 Cel 59). El sentido de peregrinac1on y de disponibilidad para con los hombres informa la vida de los hermanos tam– bién cuando se detienen temporal– mente para el retiro o por otros motivos. La Regla primera decía: «Dondequiera que se hallen los her– manos, en los eremitorios o en otros lugares, guárdense de apropiarse lu– gar alguno y de impedir la entrada a nadie; sino que quienquiera que vinie– re a ellos, amigo o adversario, ladrón o salteador, sea recibido benignamen– te» (1 R 7). 29
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