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fraternidad, reunida en capítulo, deci– de programar en serio la labor entre los infieles. Un grupo de misioneros parte para Marruecos; Francisco se dirige a Egipto. Esta vez, si bien fra– casa en su intento de convertir al sultán, deja asegurada permanente– mente la presencia de los hermanos en Palestina y en todo el próximo Oriente. Entre tanto Berardo y sus cuatro compañeros obtienen la palma del martirio en el reino de Marruecos. Al tener noticia de ello San Francisco, exclamó: «Ahora puedo decir que ten– go cinco verdaderos Hermanos Meno– res» (Jordán de Giano: Chronica 8). Este contexto martirial aparece cla– ro en el capítulo 16 de la Regla pri– mera, compuesto a lo que parece después de esos acontecimientos. To– dos los textos bíblicos que lo motivan hablan de la valentía ante los perse– guidores, de la abnegación v de la fidelidad a Cristo hast; la mu~rte. La vocación misionera, en la doc– trina de San Francisco, es efecto de una inspiración divina, que crea en el que se siente llamado una especie de derecho sagrado que ningún superior puede impedir: «Todos aquellos her– manos que, por divina inspiración, quisieran ir entre los sarracenos y otros infieles, vayan con la licencia d~~ su ministro y siervo. El ministro les conceda la licencia y no se oponga, si ve que son idóneos para ser enviados, ya que tendrá que dar cuenta al Señor si en esto o en otras cosas se condu– jere sin discreción». Es cierto que la Regla bulada, ade– más de suprimir todas las motivacio– nes espirituales del largo capítulo de la Regla primera, modificó el texto en atención a la disciplina jerárquica: al ministro toca juzgar de la idoneidad y conceder la licencia en caso po– sitivo. Pero queda en pie el elemento de la «inspiración divina». Y consta que San Francisco consideraba óptima obediencia la del hermano que, mo– vido de semejante inspiración, se ade– lanta a pedir ser destinado entre los infieles, ya que en esta aspiración «ninguna parte tiene la carne y la sangre» (2 Cel 152). El punto más interesante, con todo, en la línea general del apostolado franciscano, es el método rnisional tal como está precisado en la Regla pri– mera. Antes que nada debe atenderse al testimonio de una vida sinceramente cristiana que habla por sí misma, ese «hacer nacer a Cristo con las buenas obras», que tanto inculcaba Francisco (Carta a los Fieles, 9); en un segundo tiempo, si se ofrece la oportunidad, viene la predicación directa de la fe y la exhortación a entrar en la Iglesia mediante el bautismo: «Pero los her– manos que van, pueden vivir espiri– tualmente entre los infieles de dos maneras. Una manera consiste en evi– tar discusiones y disputas, mostrán– dose más bien sujetos a toda humana creatura por amor de Dios (l Pe 2, 13), y confesando que son cristianos. La otra manera consiste en que, cuan– do vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios ... » (1 R 17). * * * Seréis mis testigos (Hech 1, 8). Ser apóstol de Cristo no es otra cosa que tener conciencia de ser un testigo, lo mismo que Cristo dio testimonio del 3v Padre. Pero ese testimonio se da con la vida más que con las palabras. Francisco concibió su servicio a los hombres como un testimonio de Cris-

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