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76 J. AUCÓ medies a nuestro alcance. El principal de ellos es la orac10n. Nuestro celibato tiene raíces religiosas que sólo profundizando en la intimidad con Dios pueden encontrar sentido. Pero ·esta apertura a lo divino tiene que materializarse haciendo visible su Reino. El celibato es un signo, modelado en nuestra pobre carne, de .lo que Dios está dispuesto a hacer con toda la humanidad: recon– ciliarla consigo en libertad. Toda relación humana está llamada a crecer hasta la plena maduraéión; la nuestra también. La lectura de la teología espiritual, así como de la antro– poiogía religiosa y la psicología, relativas a nuestro tema del celibato, pueden ayudar a profundizar en la opción célibe que hemos hecho. Además, existen múltiples técnicas de grupo que pueden dinamizar estas relaciones en el sen– tido de una mayor comunicación. A pesar de todo esto, tenemos que ser lúcidos a la hora de sopesar nuestra realidaét. El celibato por el que hemos optado es una parábola del Reino hecha desde la fragilidad que requiere una vigilancia constante para que no se rompa en mil pedazos de sinsentido. La sociedad actual ha hecho del sexo un objeto más de consumo, ofreciéri– donos su aspecto más superficial como uno de los componentes necesarios en la vida. Dejarse arrastrar alegrerm:nte por todos los medios de comunica– ción. sin poner un filtro crítico que redimensione nuestra vida celibataria, es exponernos a terminar creyendo en la bondad del producto que nos ofrecen, inf:·avalorando nuestra vida en castidad. Otro aspecto a vigilar es la relación con nuestra propia familia. Por el simple hecho de no habernos casado se tiende a pensar que seguimos pertene– ciendo a ella de una forma estrecha y dependiente, lo mismo que antes. La incorporación a ia Fraternidad supone un cambio de relaciones, por cuanto la hemos elegido como lugar y punto de referenda de nuestra maduración afectiva como adultos. Seguir necesitando esencialmente de ese calor familiar es pr'Jlongar indefinidamente nuestra etapa infantil, por miedo a enfremarnos con nuestra responsabilidad de adultos. Elegir la Fraternidad como forma <le vida requiere piena autonomía afectiva para entregarse a los hermanos y, desde ahí, redirnensionar las relaciones con la familia y los amigos. Hacer de la amistad un peligro puede parecer excesivo, pero tampoco pode– mos ser ingenuos cn,yendo que no necesita ser vigilada. De por sí, las rcla ciones amistosas, por serias que sean, no debieran entrar en conflicto con bs fraternas, ya que son de índole diversa. Pero, de hecho, podemos traslad¡11 el .centro de referencia afectivo de la Fraternidad a los amigos, vaciándola de contenido y dejándola en un simple club de encuentro, sin aliciente alguno para relacionarnos y querernos. Las amistades que nos apartan de la trama afectiva fraterna, produciendo una desafección por el grupo, pueden ser un peligro para nuestra opción célibe al dejarla desasistida del ambiente que le es propio, es decir, de la Fraternidad.· No quisiera terminar dando la impresión de alentar un celibato miedos:>, que sospechara de toda relación afectiva que no fuera la fraterna. Nuestro

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