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LA CASTIDAD, LIBERACÍÓN PARA EL REIN'! 75 renda afectivo. A la familia hay que seguir amándola con un cariño afectuoso, pero de otro modo a como lo hacíamos antes de salir de ella. La excesiva dependencia afectiva y la necesidad de seguir participando de una forma directa en los acontecimientos normales de su vida entorpecen la plena inte– gración en nuestra Fraternidad, Aunque ésta no es un sustitutivo de la familia natural, debe ser el hogar donde madure nuestra afectividad; una afectividad celibataria que tiene sus ventajas e inconvenientes pero que, en definitiva, debe ser suficiente para satisfacer nuestra necesidad de amor. La afectividad entre los hermanos ha estado marcada por un mal entendido espiritualismo que ha endurecido las relaciones dándoles un aspecto frío y vacío de ternura. Es verdad que todo •esto casa mal con la figura «austera y varonil» del capuchino tradicional; pero las cosas han cambiado y hoy pode– mos entablar unas relaciones más cálidas, sin que se resienta nuestra imagen. Para crear este clima, además de voluntad, se necesitan medios que nos reeduquen y nos capaciten en esta nueva dimensión sin que nos sintamos ridículos. Hay infinidad de técnicas grupales que podrían revitalizar afectiva– mente nuestras relaciones fraternas. Dentro de estas relaciones puede existir algún caso especial en que, por la confianza y profundidad del trato con algún hermano en concreto -fas llamadas «amistades particulares»-, conectemos mejor afectivamente. Esto es normal, y puede ser provechoso, si nos ayudan a integrarnos mejor en la Fra– ternidad, no utilizándolo como válvula de escape para aislarnos y hacer im– posible el crecimiento afectivo del grupo. Lo mismo habría que decir sobre las amistades con personas de fuera del grupo, La Fraternidad no puede ser excluyente y totalizadora. Existen ámbitos de la vida que podemos satisfacer mejor en otros círculos por medio de verda– deras amistades. Esto puede ser positivo a cambio de no trasladar el punto de referencia de nuestra afectividad de la Fraternidad a estas amistades. El dicho tan común de que buscamos fuera lo que no encontramos dentro puede ser una coartada para 110 comprometernos en la construcción y crecimiento de la Fraternidad. El crear un clima satisfactorio en el grupo depende de todos; por lo tanto, no podemos esperar a que los demás lo hagan para integrarnos de forma activa. El mantenimiento de amistades fuera de la Fraternidad, sobre todo si se trata de personas casadas, debe llevarnos a la clarificación de nuestra opción célibe. Si hemos elegido el celibato no es porque el matrimonio carezca de valores. Debido a nuestra condición de hombres limitados, elegir supone dejar fuera de nuestra opción muchos valores que no son compatibles. Querer expe– rimentarlo todo puede ser una trampa para no comprometerse en nada. Optar por el celibato supone creer vivencialmente que las relaciones afec– tivas fraternas pueden madurar nuestra personalidad tanto como las sexuales para los casados, siendo conscientes de que ese «hueco afectivo» que llena el vivir en pareja, no lo podremos satisfacer nunca. Para vivir las relaciones fraternas de forma gozosa y sin ese sentimiento de victimismo que nos puede producir el celibato, hay que recurrir a todos los

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