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74 J. MICÓ encarnación tentadora del mal; las relaciones con Clara y ·sus hermanas van per– diendo espontaneidad a medida que la estructura de las dos órdenes va tomando forma. Desde los contactos de la primitiva Fraternidad con las .monjas de San Damián hasta las prohibiciones canónicas de visitarlas que aparecen en la Regla (2 R 9, 2), se ha desencadenado un proceso en el que sus espontáneas formas de vida se han ido conventualizando y, por tanto, acartonando. La asimilación de la castidad monástica les hace ver que Clara y" sus' her– manas, a pesar de su consagración a Dios, siguen siendo, como mujeres, una trampa donde puede quedar atrapada la virtud de los frailes; por eso hay que tratarias con precaución. Lo que no sabemos del todo es si esta actitud hacia· ellas, que Celano a,tribuye a Francisco (2 Cel 207), responde a la realidad o, por el contrario, es una proyección con intenciones ejemplarizantes. La Fraternidad, como grupo de célibes dentro de la Iglesia, debía guardar las prescripciones canónicas para no ser confundida con los Movimientos heterodoxos. Así se explica el capítulo de la Regla· no bulada (1 R 12, 1-6) en• el que aparecen todos los tópicos que se atribuían normalmente a dichos Movi– mientos. Lo cual indica que la Fraternidad; en: sus orígenes, se relacionaba normalmente con las mujeres, y que sólo cuando se estructuró en forma dé Orden tuvo que recortar esta espontaneidad. De hecho, Francisco mantuvo relaciones profundas de amistad no •sólo con Clara, al firi y ál cabo religiosa, sino también con seglares, como era la famosa Jacoba. Esto no le impidió seguir con fidelidad el Evangelio, ya que no se la apropió de forma exclusiva, sino que, de un modo más general, era amiga de toda la Fraternidad. En Fran– cisco se da la paradoja de prohibir a los hermanos él trato con las mujeres, tal vez obligado por el derecho, y mantener unas relaciones cálidas de amistad con ellas. NUESTRO CELIBATO En estos últimos años, nuestro celibato ha pasado de ser una virtud «prote– gida» a un valor «personalizado». La institución, convento y hábito incluidos, nos defendía por sí misma de los posibles ataques del ambiente, actuando como filtro y dejando sólo para casos excepcionales él tener que actuar de forma individualizada. Hoy, todas estas barreras protectoras han desaparecido," teniendo que vivir nuestro celibato eh medio de una sociedad mixta, donde el sexo va dejando de ser un «tabú» para convertirse en uno de los elementos indispensables en la configuración de la personalidad. Esto nos obliga a adoptar una· postura perso– nalizada a la hora de vivir nuestra castidad, exigiendo una mejor formación y madurez para tener que optar diariamente por una forma de vida que no es la normal. El decidirnos a formar parte de una Fraternidad cambia nuestra relación afectiva con la familia. No se trata de romper definitivamente con ella., como parece que lo• hicieron Jesús y Francisco, sino de cambiar el centro de refe-··

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