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72 J. MICÓ festar la transcendencia de las relaciones humanas ancladas directamente en Dios. Celibato y matrimonio reflejan, pues, de forma complementaria el acerca– miento amoroso de Dios, capaz de transformar al hombre hasta más allá de sus propios límites. Sin embargo, debido a su encarnación humana limitada por el sexo, Jesús tuvo que elegir y escogió el celibato como forma de vida. El celibato de Jesús, por lo menos tal como aparece en los Evangelios, no es en primer término una cuestión de pureza sexual por su proximidad a Dios. La castidad biológica no parece importante por sí misma como si se tratara de cumplir el código de pureza legal propio de las religiones, sino como una consecuencia directa de haber rechazado la familia como la forma idónea de estar al servicio del Reino. En los Evangelios aparece un conjunto de «dichos» que expresan las ten– siones familiares producidas por los que han decidido seguir a Jesús. Algunos de ellos son enormemente duros y suponen que la dedicación total y exclusiva a la predicación del Reino conlleva no sólo la renuncia a formar una familia, sino también a seguir perteneciendo al grupo familiar en que uno se ha criado, ya que ello sería un impedimento para la creación de esas nuevas relaciones humanas que se pretende establecer con la llegada del Reino. Esto no quiere decir que todos los que creían en Jesús tuvieran que renunciar a la familia. Pero los que estaban dispuestos a seguirle de una forma absoluta y material tenían que prescindir de ella. La familia de Jesús que nos pintan los Evangelios no difiere mucho del modelo general. Su madre y sus familiares, preocupados por creer que se ha desviado en exceso del ambiente común, tratan de hacerle entrar en razón y «recuperarlo». Jesús responde con una frase sorprendente que descalifica el valor de la familia para todo el que haya decidido seguirle: «Mi madre, her– manos y hermanas, son todos los que escuchan la palabra de Dios» (Le 8, 19-21; Me 3, 21). Con esta expresión Jesús está defendiendo que para crear un mundo de relaciones nuevas no valen los controles sociales; por lo tanto, hay que cortar con ella y abandonarla (Le 14, 26). EL CELIBATO DE FRANCISCO Una de las consecuencias de la convers10n de Francisco fue su abandono de la sociedad y de su propia familia (Test 3). Esta misma idea es la que pre– dominó a la hora de diseñar la forma de vida evangélica para el grupo, puesto que uno de los textos que configuran su radicalidad de seguimiento itinerante es el antes citado de Lucas en el que Cristo habla del abandono de la familia para estar en disposición de seguirle (1 R 1, 4s; Le 14, 26). Francisco, en sus Escritos, apenas utiliza la ,palabra «castidad», y ias pocas veces que lo hace es en términos jurídicos, lo cual indica que la castidad no constituía para él ninguna obsesión. Pero, debido a su situación existencial y a la opción de formar una Fraternidad célibe, tenía que cultivarla como ele-
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