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JULIO MICú, OFMCap LA .CASTIDAD, LIBERACIÓN PARA EL REINO Al hablar de la afectividad entre los hermanos, todavía nos pesa el bagaje cultural-religioso que ha caracterizado nuestra formación y que, por estar vin– culado a unos orígenes medievales -el franciscanismo-, retarda aún más la aceptación de una forma nueva de entender la sexualidad y, por consiguiente, la castidad. Al releer las fuentes franciscanas, casi nos resulta familiar el enfoque pesi– mista con que en ellas se trata la afectividad, pesimismo que no es exclusivo de nuestra espiritualidad, sino que compartimos .con la espiritualidad de la Iglesia que se ha venido mant!eniendo prácticamente hasta el último Concilio. Este retraso en la asimilación de los contenidos que sobre la sexualidad se han venido desarrollando de forma progresiva en las. ciencias antropológicas y en la misma sodedad, ha acentuado el desfase de la vida religiosa a la hora de abordar el tema de la castidad consagrada. De ahí que se imponga, como ya se viene haciendo desde hace algunos años, un tratamiento de la teología espiritual que tenga más en cuenta el aspecto antropológico y psicológico de la sexualidad con el fin de ganar en realismo. EL CELIUATO DE JESÚS Aunque al abordar el tema de la castidad haya que tener en cuenta las aportaciones. actuales de las ciencias, lo que de verdad fundamenta el celibato cristiano es su referencia al comportamiento de Jesús. Al leer los Evangelios desde una perspectiva pesimista en ,esta materia, la imagen de Jesús que nos llegaba era la de un célibe cuya afectividad apenas tenía connotaciones huma– nas, que eran referidas más bien a su condición divina asexuada. Pero si los releemos con objetividad, descubrimos que el celibato de Jesús no le impide en absoluto la expresión de su afectividad, sino todo lo contrario. Su relación con el Padre está basada en la ternura, y a Él se dirige con el término familiar «Abba». Con la gente se relaciona de un modo cordial y cercano, compadecién– dose de sus preocupaciones humanas. Profundiza su amistad con algunos pocos, Lázaro y sus hermanas, por ejemplo, llegando hasta el llanto afectuoso por su primera muerte. Jesús vive, pues, su celibato de forma gozosa, sin necesidad de sentirse superior a íos .que .han elegido el matrimonio, porque sabe que el amor de Dios manifestado en el Reino se expresa y sacramentaliza en ambos estados. Al signo esponsal del amor de Dios a los hombres, utilizado a lo largo de toda la historia de la salvación, .Jesús añade el celibato como una forma de maní-
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