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LA \"IDA DEL EVANGELIO 29 de la civilización, intentaron mantener la sobriedad en los edificios y ocupar solamente las tierras laborables que pudieran trabajar con sus manos. Los ingresos económicos, por tanto, venían casi exclusivamente de la venta de los excedentes que producían, ya que al estar retirados y celebrar el culto litúrgico en un marco de sobriedad, la afluencia de fieles y la cantidad de limosnas era exigua. No obstante este deseo inicial de vivir más evangélicamente la Regla de san Benito, pronto cayeron en las mismas trampas que habían criticado a Cluny. Las posesiones se ensancharon hasta necesitar de «conversos» para que las trabajaran. Los edificios y las. iglesias ganaron en confort y lujo, atrayendo a los fieles Y, con ellos, sus limosnas. El retiro voluntario en ,e] que se habían escon– dido fue rompiéndose ante las salidas cada vez más frecuentes de los monjes. El culmen del prestigio que a finales del siglo xu adquirieron en el aparato eclesial coincide con la pérdida de mordiente evangélica en el. conjunto de la nueva espiritualidad. Además de los cistercienses, otras nuevas fundaciones aportaron savia evangélica al viejo tronco del monacato; me refiero a los cartujos. Esta corriente eremítica ·también responde a la necesidad de remitirse a los orígenes de la Iglesia para identificarse como evangélica. Las primeras Ordenaciones cartujanas de finales del siglo XI, atribuidas a san Bruno y a su discípulo Landuino, dicen que las reglas monásticas son como una especie de exégesis del códice de los Evangelios. Por tanto, también el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, con la interpretación cató– lica ele los doctores de la Iglesia, es el que hace de Regla para todos los cartujos. El ,evangelismo cartujano está marcado por la soledad, como ámbito para la oración, y la pobreza austera. Su predilección por la vida soli– taria está basada en «el ejemplo del mismo Dios y Señor Jesús, quien, a pesar de no tener necesidad de ella, la tomó como preparación a su ministerio, siendo probado por tentaciones y ayunos. De 'Él dice la Escri– tura que, dejando solos a los discípulos, subió al monte para orar en soli– tario, lo mismo que en Getsemaní la noche antes de su pasión. Con estos ejemplos, trata Cristo de convencernos ele lo provechosa que es la soledad para la oración, puesto que no quiere orár en compañía de nadie, ni siquiera de los Apóstoles». En cuanto a la pobreza, el mismo Guigo escribe en las «Costumbres» que, «a fin de eliminar toda ocasión para la codicia, con la ayuda ele Dios, siempre que sea posible, tanto de nosotros como de la ·posteridad ordenamos por este documento que todos los habitantes ele este lugar no posean nada más allá de los límites de su desierto, ní campos, ni viñedos, ni jardines, ni iglesias ni cementerios, ni ofrendas ni títulos, ni nada que se les parezca». El evangelismo solitario y pobre

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