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28 J. MICÓ La reforma cisterciense, al aparecer en un momento -en que la sociedad empezaba a despertar de un largo letargo y a buscar nuevas formas de vida, aportará un nuevo modo de entender el evangelismo monástico. A pesar de seguir buscando la soledad como una forma de ser fieles a la Regla originaria, no se limitará a encerrar en la propia conviyencia el talante ·evangélico de su opción. La pobreza y la humildad serán para ios cistercienses el camino del Evangelio que san Benito les propone al prologar su Regla. Indudablemente aún estamos muy lejos de la visión pauperística ele los movimientos evangélicos laicales, pero ya se vislumbra un modo nuevo de abordar el Evangelio donde los grupos más sensibles de la Iglesia coin– ciden: el seguimiento de Jesús pobre y humilde, tal como aparece en los Evangelios, que anuncia la Buena Noticia de la salvaci-6n · a todos los hombres. Las polémicas entre san Bernardo (t 1153), abad de Claraval, cister– ciense, y el conservador Pedro el Venerable (t 1156), abad de Cluny, son importantes a la hora de comprobar las distintas concepciones que sobre el evangelismo monástico tenían ambos. Mientras que Pedro defiende la «discreción» y la «moderación» sugeridas por la caridad del régimen mo– nástico, Bernardo afirma la radicalidad del seguimrento de Cristo en po– breza y humildad. En realidad se trata de justificar dos posiciones sociales que comprometen la vivencia monástica del Evangelio. Cluny estaba en el culmen de su poder social y religioso. La riqueza en tierras y dinero le imposibilitaba una visión pobre del Evangelio; de ahí que tratara de justificar su posición apelando a ta prudencia como medio de salvar lo salvable. Así, se considera pobreza exigir los derechos sobre las iglesias parroquiales, las décimas y las ,primicias, puesto que con ellas se asegura la independencia económica de la abadía, que lo recompensa, en cierto modo, con la plegaria, los salmos, las lágrimas, las limosnas y las oportunas concesiones que favorecen el bien concreto de los súbditos. «Las posesiones monásticas dan trabajo a los campesinos, artesanos y otros oficiales, quienes prefieren permanecer bajo la tutela benéfica de los monjes a soportar la tiranía de los señores feudales. Muchas aldeas, que eran verdaderas cuevas de ladrones, bajo el dominio monástico se han convertido en casas de oración; los castillos, en orato– rios. En cuanto al trabajo manual prescrito en la Regla, hay que tener en cuenta que se ejeroe tanto trabajando en el campo como orando, leyendo o salmodiando, ya que, en fin de cuentas, es mejor orar que cortar árboles.» Los cistercienses, en cambio, habían basado su reforma en una pobreza austera que requería el trabajo para su mantenimiento. Asentados lejos
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