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LA VIDA DEL EVANGELIO 27 2. EL EVANGELIO COMO NORMA DE VIDA Aducir el Evangelio como norma de vida para los creyentes no es nin– guna originalidad, ya que la Iglesia lo ha presentado -siempr,e como el fundamento que identifica al cristiano y al que hay que referirse cons– tantemente para valorar la calidad de ,nuestra fe. La originalidad radica más bien en el modo de abordarlo, es dedr, desde dónde y cómo se lee, puesto que la respuesta será distinta según la situación social y religiosa desde la que se pregunte. La Iglesia del siglo XII, como parte de la sociedad que se remitía a los orígenes de su propia cultura, buscó también su fuerza para la renovación en una vuelta limpia al Evangelio y a la Iglesia primitiva. Monjes, clé– rigos y laicos, desde lugares distintos, caminarán en busca del Evangelio como ámbito donde poder vivir con sentido su vida cristiana. a) Evangelisnw monástico Aunque ya san Benito en el Prólogo de su Regla indica el carácter evangélico de la misma al afirmar que «bajo la guía del Evangelio, enca– minémonos por sus sendas», es Ruperto de Deutz (t 1129), el mejor expo– nente de la espiritualidad benedictina antigua, el que defiende la ascética cenobítica tradicional y reivindica para el monacato conservador -los «monjes negros»- el mérito de la apostolicidad contra las pretensiones y el exclusivismo de los innovadores -los «monjes blancos» o cister– cienses-. En su obra «Sobre la vida verdaderamente apostólica», afirma que las raíces de la vida monástica están en la misma comunidad de Jerusalén, puesto que la praxis apostólica de vivir el Evangelio unidos en el amor, la oración y los bienes, supone el primer monasterio del que derivaron todos los demás. No hay regla más digna de los Apóstoles que los mismos cuatro Evangelios, los cuales, así como son la doctrina de las doctrinas, son también la regla de las reglas. Los Padres que organizaron después la vida monástica por medio de una Regla no hicieron más que adaptarla al correr de los tiempos; de ahí se deduce que la vida monás– tica es «verdaderamente apostólica» por estar fundada por los Apóstoles, qu~ eran verdaderos monjes; y si es apostólica, también es, por lo tanto, evangélica. Conviene hacer notar, sin embargo, que el evangelismo que defiende Ruperto es el vivido por la comunidad de Jerusalén, un evangelismo está– tico, concretizado en la vida comunitaria donde se comparte el amor, la oración y los bienes, y que los monjes, anclados en una sociedad feudal, tomaron como modelo.

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